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El papel de los alcaldes y concejales

sábado 26 de abril de 2025, 18:56h

Este mes se han cumplido 46 años de la celebración de las primeras elecciones
locales de la democracia, el domingo 3 de abril de 1979, y la posterior constitución de
las nuevas corporaciones, el sábado 14. Desde la perspectiva que da el tiempo, me
pregunto si todo sigue igual que entonces en el ámbito de la política municipal o si, por
el contrario, las transformaciones y cambios innegables experimentados en este casi
medio siglo también han tenido efecto en uno de los pilares básicos sobre los que
descansa nuestro sistema democrático, como son los ayuntamientos.


Por lo general, el régimen político de la dictadura no favorecía la proximidad entre las
autoridades locales y la ciudadanía. Era como si los alcaldes y los concejales
estuvieran un escalón por encima de sus conciudadanos. De ahí que la ilusión por
votar por primera vez a nuestros representantes municipales resultase desbordante.
Tras la muerte de Franco, ya habíamos participado en dos convocatoria electorales
preconstitucionales: las elecciones de junio de 1977, primeros comicios libres en
España, desde 1936, para elegir a las Cortes Generales, y la ratificación de la
Constitución, en diciembre de 1978.

Pero las elecciones locales eran otra cosa.
Aquí votábamos para elegir al concejal de nuestro barrio, la persona que queríamos
para que nuestro núcleo poblacional estuviera mejor atendido. Elegíamos al
encargado de cuidar los jardines y plazas, el alumbrado de nuestras calles. Al que
debía preocuparse de que los espacios públicos estuvieran limpios. Al de cultura y
deportes. En definitiva, nos convocaban para que designáramos al convecino en quien
depositábamos nuestra confianza para mejorar el entorno próximo y el bienestar de
todos.
 Al propio tiempo, votábamos indirectamente a nuestro alcalde, figura clave en la
dirección, planificación y ejecución en los proyectos del presente y futuro del
municipio.


La proximidad y cercanía vecinal despierta ilusiones, emociones y pasiones de todo
tipo. También políticas, que, sin duda, tienen reflejo en unas elecciones locales. Por lo
general se trabaja en la calle, el barrio o el pueblo no para un determinado partido,
sino para responsabilizar de la gestión de los asuntos que tienen que ver con nuestro
bienestar a personas capaces y competentes en las que confiar.
 Las candidaturas a los ayuntamientos en las elecciones de abril del 79 estaban
repletas de hombres y mujeres de todas las edades, especialmente jóvenes, bajo un
objetivo y denominador común: hacer cosas para mejorar cada uno de nuestros
pueblos.


Durante los primeros mandatos resultó habitual encontrarnos con alcaldes y
concejales dispuestos a echar una mano en el riego de plantas y jardines, la limpieza y
el desarrollo de actividades culturales y deportivas. De manera particular, llamaba la
atención esa implicación directa en el desarrollo de los festejos de los pueblos, cuando
la carencia de personal requería su presencia, colaboración y ayuda.
En la misma línea, dado los escasos recursos de que disponían los ayuntamientos,
muchas obras de mejora de infraestructuras o equipamientos municipales se llevaban
a cabo, durante sábados y domingos, con la contribución desinteresada de los propios vecinos. En esa tesitura, la implicación directa de los políticos del pueblo se convertía
en una obligación.


Pasado el tiempo, cabe preguntarse si la política local ha acabado por
profesionalizarse, alejándose del contacto con la calle. Sin duda alguna, las cosas han
cambiado mucho en todos los ámbitos de nuestra sociedad, teniendo en cuenta que,
por entonces, el 90 por ciento de las viviendas de autoconstrucción se levantaba con
la ayuda de los vecinos, durante los fines de semana.
Es evidente que vivimos otros tiempos, pero la cercanía y proximidad de alcaldes y
concejales con la gente, con otros métodos y compromisos, sigue resultando
insustituible.

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