La pregunta es por qué nos hemos enterado de la muerte de Raticulín dos meses después. Raticulín estaba en el olvido y alguien ha aprovechado para sacar la noticia como una resurrección de lo friki. Echo de menos su túnica azul y sus transformaciones, cuando ponía las manos juntas, delante de la boca, y silbaba fiuu fiuu. Es fantástico que un personaje como este nos haya llenado las noches de Crónicas Marcianas, incluso lo es pensar que cosas como esas pudieron existir no hace tanto tiempo. Raticulín se ha ido al espacio de donde vino. No sé si ha sido su espíritu el que se ha escapado dejando aquí los restos vulgares de Carlos Jesús. Lo cierto es que no tuvo tiempo de emitir un juicio sobre los aranceles de Trump. Quizá los hubiera resuelto con una llamada de consulta al planeta de donde procedía.
Lo cierto es que Raticulín nos enfrenta con otra realidad, la de los curanderos, las iglesias paralelas, los falsos obispos y las monjas de Belorado. Porqué alarmarse si esto ha existido siempre. Los raticulines y los frikis explican las cosas del mundo con una gran claridad. Sobre todo cuando pasan de moda y son sustituidos por otros. Al final todos los mitos acaban diluidos en la condena efímera de la noticia. Las gallinas que entran por las que salen. Carlos Jesús decía que no estaba loco, y tenía razón, porque los que habían enloquecido eran sus seguidores y, sobre todo, los que pretendían aumentar sus audiencias con el esperpento. En el fondo es como ver a la amante del rey anunciando un colchón con la voz impostada para seducir a sus muelles, o a Revilla predicando desde un planeta más cercano llamado Cantabria.
El mundo está lleno de raticulines y de progres que les ríen la gracia sintiéndose exclusivos por entender el disparate. Incluso habrá alguien dispuesto a escribir un libro que se venderá por la tele, o hará una serie para enriquecer a los profesionales del morbo, o en alguna universidad, pública o privada, se presentará una tesis doctoral para engordar un currículum de éxito. Raticulín se ha ido en silencio y nos hemos enterado dos meses después. Quizá lo haya hecho en la misma nave que se llevó al profeta Elías, o en la bicicleta de E.T. Nos hemos dado cuenta tarde para continuar con el misterio. Tal vez vuelva algún día para recordarnos que nada desaparece, que todo está igual, y que si abres la rendija cualquier coda pasada de moda se puede colar. Hasta Donald Trump lo puede hacer. El mundo está lleno de raticulines.