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El tiempo y la prisa

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 12 de septiembre de 2024, 06:00h

Hasta hace poco todos teníamos un reloj en la muñeca. Con el desarrollo tecnológico, el teléfono móvil ha venido a sustituir o complementar, porque lo incluye en sus servicio y aplicaciones o hasta se vincula a él de manera extraordinaria, al tradicional reloj. Contar el tiempo puede ser una obsesión. La sucesión de instantes que enhebran el presente con el pasado y futuro. Contar el tiempo es una actividad fundamental para nuestra vida cotidiana y para el desarrollo de la ciencia. Si bien el tiempo es un concepto complejo y lleno de misterios, nuestra capacidad de medirlo nos ha permitido avanzar significativamente en nuestra comprensión del universo. De eso no cabe duda.

Si bien el tiempo es un continuo, es decir, fluye sin interrupción, nuestra experiencia del tiempo es discreta. Percibimos el tiempo en unidades (segundos, minutos, horas, etc.) y lo dividimos en pasado, presente y futuro. A su pesar, es posible contar el tiempo gracias a la creación de sistemas de medición. Desde los relojes de sol hasta los atómicos, hemos desarrollado instrumentos cada vez más precisos para cuantificar el paso del tiempo. Desde un punto de vista práctico, tiene mucho sentido contar el tiempo. Nos permite, en primer lugar, organizar nuestra vida. Establecemos horarios, planificamos eventos y coordinamos actividades con otras personas. También es un elemento evaluador, en segundo lugar, ya que por permite medir el progreso. En este sentido evaluamos la duración de los procesos, establecemos metas y medimos nuestro avance hacia ellas, etc. Y, por último, medir el tiempo nos permite comprender el mundo. La ciencia utiliza la medición del tiempo para estudiar fenómenos naturales, desde el movimiento de los planetas hasta la desintegración radiactiva.

Estudiar los ciclos del día y la noche, las estaciones, las mareas y otros patrones recurrentes en la naturaleza nos ayuda a comprender la periodicidad del tiempo y su relación con eventos astronómicos. Analizar fenómenos como el envejecimiento, la desintegración radiactiva y la expansión del universo nos permite entender la dirección del flujo del tiempo y la noción de la flecha del tiempo. Pero reflexionar sobre la naturaleza del presente, del pasado y del futuro nos lleva a cuestionar si el tiempo es una ilusión, o una dimensión fundamental del universo, o una construcción mental.

He vuelto a releer a José Saramago en su obra Las intermitencias de la muerte. La novela comienza con una noticia que paraliza al mundo: la muerte ha cesado sus actividades. La euforia inicial, marcada por la sensación de inmortalidad, pronto se transforma en caos y desesperación. La sociedad, desprovista de su motor fundamental, se ve obligada a replantear sus valores, sus estructuras y su propia existencia. Termina el lector agradeciendo que el tiempo no cese en su continuo devenir y nuestra experiencia de avanzar por el camino de la vida hasta el final de la muerte sea una ocasión de gratitud.

Lo ilusorio es el deseo de que el tiempo se pare. La reología filosófica nos invita a superar la reflexión sobre el tiempo como una mera idea teórica y a descubrirnos a nosotros entendiendo con razón impura su devenir porque nosotros somos radicalmente temporales. No existe tiempo al margen de nuestra condición temporal. Y esa condición que sentimos en su transcurso, nos da de sí pasión por el presente.

Por eso la prisa es una experiencia fundamentalmente humana. Solo quienes sienten el paso de los instantes y los cuentan son capaces de desear que se acelere o se pare.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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