A día de hoy, las incertidumbres sobre la evolución de la pandemia y los riesgos de aumento de los contagios están lejos de haberse acotado. Aun así, el gobierno central en España ha asumido la necesidad de que la población vuelva a involucrarse, aunque tentativamente, en el conjunto de actividades propias de un estado de normalidad. Con esta iniciativa se empieza a dejar atrás la primera fase de las medidas tomadas ante esta alarma sanitaria (la supresión de la mayoría de las interacciones sociales y el confinamiento generalizado) y se pasa del aislamiento a la exposición.
Prudentemente, se pretende hacer a prueba y por fases, pero hay que prever que en esta nueva etapa los riesgos de contaminación aumentarán y las acciones que se reinicien serán mucho más complicadas de llevar a buen fin. Pues a la dificultad del mantenimiento de las exigencias de profilaxis en un contexto de paulatino desconfinamiento, se van a sumar las propias de reiniciar el conjunto de las actividades y, de manera prioritaria, las económicas. Las políticas públicas a implementar en este proceso precisarán de muchos más recursos que los dispuestos hasta el momento y para su consolidación efectiva, será imprescindible el decidido apoyo de la sociedad y sus agentes.
Centrándonos en el ámbito de la economía, hay que tener en cuenta que tanto la naturaleza mórbida de la actual crisis como el colapso económico que han provocado las medidas de mitigación de la misma, nos han situado en un escenario inédito lleno de incógnitas y peligros, por lo que ante la más que previsible depresión mundial en ciernes, nada menos apropiado en esta comprometida tesitura que trivializar su calado y alcance o resignarse a las inercias que se han seguido con anterioridad.
En el apremiante proceso de reconstrucción que se nos plantea, será necesario establecer un diagnóstico realista de la situación de partida, consensuar unos objetivos de recuperación, solidarios y viables y arbitrar los medios apropiados para su consecución. En esa tarea va a ser prioritario considerar, al menos, tres grandes cuestiones: tomar en cuenta las causas de las amenazas víricas para ante similares crisis poder evitar (o neutralizar en lo posible) sus impactos; remediar la palmaria insuficiencia de medios y capacidad de las administraciones políticas para poder afrontar su legítimo liderazgo ante los retos de interés general que toca afrontar; y solucionar la grave ineficiencia del modelo actual para asegurar los recursos vitales a las comunidades y sus territorios.
Los orígenes concretos de esta pandemia por coronavirus son de sobra conocidos, ya que “Más del 70% de las enfermedades humanas en los últimos cuarenta años han sido transmitidas por animales salvajes (…). Las zoonosis causan alrededor de mil millones de casos de enfermedades y millones de muertes cada año. Por todo ello, se considera que las zoonosis transmitidas por animales silvestres podrían representar la amenaza más importante para la salud de la población mundial en el futuro.” (Informe “Pérdida de naturaleza y pandemias” del WWF). Y las causas de fondo se encuentran en la relación directa entre el Cambio Climático y el maltrato continuado a la naturaleza, vinculado a las agresiones de las actividades extractivas en espacios salvajes, y el aumento del riesgo de pandemias.
Los principios de previsión, solidaridad y sostenibilidad que deben regir los gobiernos en las sociedades democráticas han vuelto a saltar por los aires en esta crisis. Ante un muy conocido, recurrente y grave problema de salud pública mundial se ha incurrido en una temeraria imprevisión sanitaria y en una inaceptable insuficiencia de medios para dar las respuestas eficaces. Se han vuelto a evidenciar, como en la gran crisis de 2008, los indeseables efectos que provoca el desmantelamiento de lo público que el modelo neoliberal está llevando a cabo en las últimas décadas. Es, por tanto, precisa la regeneración del sector público y su ampliación competencial para abordar los tiempos de merma y zozobra que nos aguardan con las necesarias garantías de respeto a los Derechos Humanos y a la sostenibilidad ecológica que se precisan.
También la globalización económica ha vuelto a quedar desacreditada en esta crisis de supervivencia. Su modelo de desarrollo, basado en la sobreexplotación insensata de los ecosistemas; sus medios de extensión, la deslocalización internacional de la productivas y la desregulación generalizada del comercio;
y sus objetivos, el acaparamiento de los recursos económicos y la concentración ilimitada de riqueza en conglomerados multinacionales, están detrás de las graves problemáticas en las que está inmersa la humanidad contemporánea. Y, específicamente, del caos económico nacional e internacional en el que nos encontramos. Por todo ello –y en las Canarias lo sabemos muy bien- no hay “normalidad” a la que volver, pues de dónde venimos, lo habitual y ordinario es el problema, no la solución.
No obstante, tanto a nivel internacional, como, específicamente, en el ámbito de la Unión Europea, del Estado español y de la propia Comunidad Autonómica de Canarias se viene reconociendo, cada día con menos paliativos, la crisis sistémica mayor en la que nos encontramos, la ecológica, y el origen antropocéntrico de la misma. En el momento presente, las declaraciones institucionales conjuntas de “Emergencia climática” aplicadas a la priorización de las medidas necesarias para neutralizarla como vector fundamental de la reconstrucción socioeconómica, crearán una norma ejemplar que nos llevará, con mucho esfuerzo y mayor pericia, a una normalidad tan inédita como deseable: la de la satisfacción de las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las de las futuras.
En ese afán de progreso solidario, solvente y sostenible, tendrá expresión práctica en la regeneración del tejido económico y de la suficiencia productiva locales en equilibrio con nuestros entornos ambientales. Desde luego, para llevar a cabo esa gran transformación serán necesarias múltiples empresas, mayormente sociales, y multitud de empleos, sobretodo, inclusivos, pues, repartir equitativamente, los esfuerzos y los frutos, el trabajo y la riqueza, será “la regla de oro” de la nueva economía.
Y también vamos a requerir de toda la inteligencia y la sensibilidad democrática que podamos aportar, por lo que urge iniciar procesos participativos en todos los ámbitos administrativos para compartir y coordinar la puesta en común del nuevo mundo posible que anhelamos. Una de las pocas oportunidades que nos ha ofrecido la experiencia de confinamiento es la de recapacitar sobre lo que verdaderamente importa en la vida de cada cual y en la social. Aprendamos la lección y apliquémosla.
Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social