Estimado cliente, tal vez se sorprenda al recibir esta misiva, por cierto, ¡qué bonito nombre misiva!, quizás no tanto como carta, tampoco como epístola, pero a algunas veces las empresas tenemos que utilizar recursos que nos presta la etimología y elegir lo menos bello, sobre todo cuando queremos dar buenas noticias: ¡contradicciones que tiene la economía!
En el fondo, tanto en una como en las otras, lo que vamos a encontrar es algo que inventaron los griegos, ni más ni menos que un artilugio -debería ser escrito en un soporte de papel o papiro- en el que una persona, o en este caso una empresa, le manda a otra algo para informarle sobre determinado acontecimiento.
Las más bonitas, las que se extrañan todavía, llegaban timbradas con sellos preciosos que tenían pura naturaleza, pajarillos, nidos, árboles de procedencias lejanas, datadas para ser abiertas justo ante fechas señaladas como cumpleaños, Navidad, aniversarios.
Antes de quitarles el abrigo del sobre, ya sentíamos alegría por saber que el encabezamiento, manuscrito con letra de madre, expresaba: “Querido hijo”.
Perdón se me fue la nostalgia al cielo, todavía me dura la emoción por el nombramiento recibido.
Esta notificación es distinta y representa un compromiso asumido en el momento de ser elegido consejero delegado de la mayor empresa del planeta, la misma que nos permite ofrecer energía, comunicaciones, logística, bienes, consumo, con capacidad de operar con todo lo que se compra, trafica y vende en el universo.
Antes de tomar posesión del cargo y firmar, exigí, impulsado por la política de transparencia, comunicar a nuestros clientes, en todos los idiomas donde operamos, la modificación del ideario que nos anima.
Hasta ahora nuestros principios estaban formulados detrás de una consigna, la de obtener beneficios para nuestros accionistas. Decir beneficios no es decir todo, deberíamos incorporar adjetivos, por ejemplo mayores, superlativos, con glotonería, sin fijarnos si serían digeribles, si podríamos terminar empachados de rentabilidad o si podría afectar carencias de terceros.
No, el norte que señalaba nuestra brújula era obtener dinero, mucho, hasta el punto de no saber qué hacer con él. De esa forma nos convertimos en lo que somos, un conglomerado empresarial que maneja la economía mundial, con tanta eficiencia en la gestión que atesoramos más de la mitad del producto interior bruto de quichicientos países.
Estimado cliente, tal como expresé arriba antes de las digresiones, quizás se sorprenda al recibir esta misiva, ¿o era nota?, y más se va a sorprender cuando se entere del contenido, que es el de pedirle perdón.
Sí, perdón, por todas las veces que no pudimos atenderlo como se merecía, por todas las ocasiones en que abusamos de su buena fe, en las que nos aprovechamos con indignidad de sus necesidades.
En mi propuesta, formulada al consejo de administración, expresé claramente que lo primero que haría al acceder al cargo sería replantear la atención con nuestros favorecedores, a los que nunca fuimos capaces de escuchar cómo se merecían, tras haber implementado métodos fundamentados en tornillos robóticos, capaces de transformar reclamos o quejas en frustraciones.
Sí, perdón por haber aumentado intereses de préstamos y tarifas de modo unilateral, como si estuviesen impulsadas por infladores retropropulsados, por no cumplir con los compromisos pactados. Perdón por habernos puesto de acuerdo entre super colegas (al fin y al cabo somos cuatro) con el cometido de absorber miles de negocios con el objeto de liquidar a la competencia, consolidar nuestro poderío y abarcar todo el espectro económico.
Nos ocupamos del agua, del aire, la tierra y el fuego, como si los cuatro elementos que describieron los griegos, fuesen nuestros. Por eso nos olvidamos del medio ambiente, con la ayuda de convenios, tratados, arreglos y legislaciones, en las que fuimos capaces de escribir con una letra tan pequeña que nunca nadie pudo leer.
En tiempos de pandemia, cuando debimos dar la talla, ¡la dimos!, de allí que los observadores de nuestras cuentas de resultados se asombren con los perfiles que dibujan, como si fuesen flechas lanzadas hacia el infinito cielo, amenazando con salirse de los cuadros que decoran nuestros rascacielos.
La exageración, el empeño por satisfacer a nuestros inversores nos ha hecho perder el rumbo. Nuestra orientación, lo dejé bien claro al sentarme en este sillón con resortes blandos, debe cambiar, porque si seguimos haciendo lo mismo llegará un momento en que no sabremos qué hacer.
No será suficiente la diversificación que nos permite fabricar armas, balas y blindajes, aviones, misiles y defensa antiaérea, tinta y goma de borrar, efecto invernadero y neveras, comida y desperdicios, obesidad y pastillas para adelgazar, emprendimientos en los que aprovechamos para crecer y multiplicarnos, como si fuésemos un milagro bíblico, sin darnos cuenta de que nuestra religión no es sostenible, que deberíamos regresar al ser humano, olvidarnos de los números, de los perversos objetivos macroeconómicos, y abrazar a la responsabilidad social a la que deberíamos estar obligados.
Por tal motivo, a partir de ya, vamos a dejar de producir productos que no justifiquen ser imprescindibles, que generen adicción, que se hayan demostrado nocivos para la salud, el entorno, o que propicien un consumo irracional o desmesurado. De tal forma, no vamos a publicitar más necesidades ficticias, asumiendo los deberes que tenemos con nuestra comunidad planetaria, que se ha globalizado con nuestras ambiciones y vuestras angustias.
Para concluir, no fue miedo lo que inspiró esta carta, sino un comentario que escuché al trabajador que opera la poderosa máquina de inteligencia artificial que diseña nuestras estrategias.
Parecía estar hablando solo: “Es fundamental abordar las cuestiones de pobreza y desigualdad de manera justa, porque las personas afectadas, cuando se sienten desesperadas y sin esperanza, pueden apelar a medidas extremas como último recurso.”
Repito, no fue miedo, pero de momento, ¿no podrían ir perdonándonos?