El reciente acto de turismofobia acaecido en el sur de Tenerife la pasada semana debe llevarnos a una profunda y serena reflexión sobre el pasado, presente y futuro de la economía, el empleo y el bienestar en nuestro Archipiélago.
Sin duda, el turismo no es el problema; el turismo forma una parte vital de la solución. Otra cosa bien diferente es la necesidad de reorientar la oferta del producto turístico de Canarias a criterios de calidad, respeto a nuestros valores naturales, racionalización del uso del suelo y del agua, mayor protagonismo de las energías limpias, recuperación inteligente de espacios naturales degradados por la acción humana, limitación del uso de determinados espacios naturales emblemáticos o, solo por citar algunos ejemplos, recuperación a través de la renovación de espacios y alojamientos turísticos obsoletos.
Hasta prácticamente mediados de los años setenta, el único futuro que teníamos los que vivíamos en nuestras Islas era emigrar. La economía que generaba nuestro Archipiélago era incapaz de sostener al poco más del millón de habitantes que teníamos. Alemania, Reino Unido, Suiza, Cuba, Venezuela, Argentina o Uruguay fueron los destinos preferidos por los miles de canarios expulsados de la tierra que les vio nacer por las necesidades y la hambruna.
La distancia, la escasez de agua, lo abrupto de la mayor parte de las Islas, la fragmentación territorial, la limitación del acceso a las materias primas y la dependencia del centralismo político español de la época penalizaba duramente la vida en las Islas. La llegada de la aviación comercial nos ayudó a superar el aislamiento y la distancia, poco a poco los europeos y los peninsulares fueron atraídos por nuestro excepcional clima, nuestra diversidad paisajística y por el cielo y el mar que envuelven a las ocho Islas.
No hay lugar en Europa que ofrezca los microclimas de los que disfruta nuestro Archipiélago. En las Islas se puede disfrutar de una variedad de temperatura y paisajes que en Europa serían imposibles. Esa es nuestra fortaleza. Esa es nuestra potencialidad. Es nuestro petróleo. Es, en definitiva, la base sobre la que debemos desarrollar la actividad económica que ayude al bienestar de la gente.
Las condiciones descritas y el impulso de la comunicaciones favoreció un crecimiento espectacular del sector turístico en el Archipiélago que rápidamente se convirtió en el pilar sobre el que descansa el desarrollo económico de las Islas. Gran parte de la economía y el empleo en Canarias depende del turismo.
De ser un pueblo eminentemente emigrante, las islas en los últimos treinta años se ha convertido en un imán para atraer gente de todo el mundo, unos buscando oportunidades de trabajo, otros, descanso y ocio.
La nueva situación derivada del crecimiento espectacular de la población en Canarias -más del doble de la que teníamos en 1970- exige medidas que frenen la pérdida de la calidad de vida de la que tradicionalmente hemos disfrutado los que aquí vivimos.
El turismo ha sido el que ha ayudado a Canarias a salir de la miseria, la hambruna y la pobreza que nos azotó hasta bien entrada la década de los años setenta. El turismo es el motor que está ayudando a que en las Islas en estos momentos esté trabajando el mayor número de personas de toda su historia. El turismo tendrá que ser la plataforma en la que apoyarnos para diversificar la economía de las Islas e introducir criterios de calidad, innovación, modernización y sotenibilidad en toda la cadena de valor derivada del mismo.
No criminalicemos a la gallina de los huevos de oro de nuestra economía. Ahora bien, tampoco caigamos en la autocomplacencia y reconozcamos la necesidad de impulsar medidas que nos ofrezcan un modelo turístico de más calidad y sostenibilidad. Negar la evidencia sería un error