Algo estamos haciendo mal en nuestras playas para que sean ya 37 las personas fallecidas por ahogamiento en lo que va de año, y todavía estamos enfilando el verano. Es por ello un buen momento para reflexionar sobre los motivos que llevan a esta situación.
Los turistas son, con mucho, los más damnificados por esta estadística porque al contrario que en el Mediterráneo estas aguas son traicioneras y expuestas al mar abierto. Además, nuestra condición isleña nos proporciona una inmensa costa que es muy difícil vigilar, y los esfuerzos de las autoridades se centran en núcleos turísticos más aglomerados que por razones obvias resultan más apacibles para el baño, contando en su gran mayoría con rompeolas para ello.
Debemos, por tanto, potenciar la información y los avisos en las zonas más apartadas, esas reconditas calas donde es un placer perderse pero siempre partiendo de la seguridad de quienes conocemos nuestra tierra y sabemos cómo relacionarnos con ella. Si los que nos visitan toman conciencia de la dificultad de bañarse en ciertos lugares, conseguiremos bajar estas cifras que hoy por hoy no suponen un problema pero que si nos relajamos puede llegar a suponer una mala publicidad.
No decimos que haya que poner a un vigilante en cada orilla de las Islas, pero la información sí que es gratis, y son muchos quienes tras un semiahogamiento decír no saber que eran aguas peligrosas. No puede ser.