OPINION

Un reencuentro Escolapio

José Luis Azzollini García | Lunes 10 de noviembre de 2025

Se suele decir que las amistades que nacen desde los colegios y/o desde la “mili”, son para toda la vida. Esa aseveración puede tener sus más o sus menos, dependiendo de quien la diga o quien la escuche, pero la realidad es que en la mayoría de los casos, se comprueba que por mucho que pasen los años, lo que se vivió en aquellos entornos, perdura y en muchos casos, hasta se fortalece.

En mi caso, no puedo hablar desde la perspectiva de la segunda posibilidad anotada, pues mi cuerpo, nunca fue vestido con ropa militar alguna - cuando encuentre el momento, contaré mi paso por la vida militar-. Pero de lo que si presumo es de tener unas vivencias muy ricas en lo que al entorno escolar se refiere.

Mi vida de estudiante juvenil, transcurrió entre el colegio de las Escuelas Pías de Santa Cruz de Tenerife y el Instituto Tomás de Iriarte; siendo el primer centro mencionado, el que mayor peso tuvo, en cuanto a lo de esas amistades que perduran, se refiere. El complejo de centros escolares escolapios, estaba compuesto por tres fantásticos edificios, de los que solo queda en pie, uno. El “Pious School”, colegio ubicado en una de las casas monumentales que había en la ubicación donde hoy está Correos de la Plaza de Los Patos, fue uno de ellos. Su peculiaridad era el peso del idioma inglés en la formación que allí se impartía. El Colegio de la Rambla o casa de madera” fue otro centro del grupo; un edificio construido en madera con un estilo que recordaba a las casas de Nueva Orleans y que hoy en día, en su solar, se ubica la zona de deportes de otro colegio que nada tiene que ver con las Escuelas Pías. Allí estudiamos el grueso de los estudiantes escolapios hasta los diez años. El único que permanece en pie es el “Quisisana”, edificación en forma de castillo que sigue luciendo su esbelta figura desde la colina que se alza por encima de la ciudad, como queriendo defenderla de los ataques piratas. Nada que ver con la realidad, puesto que fue un diseño del arquitecto Mariano Estanga, para que sirviera de domicilio particular a un magnate venido de fuera que tras la muerte de su esposa, lo convirtió en hotel y posteriormente pasó a otras manos para terminar siendo la sede del colegio de las Escuelas Pías de Tenerife -se recomienda buscar la historia que de este colegio escribió nuestro compañero y amigo, Juan Carlos Díaz Lorenzo, en su diario digital www.puentedemando.com-

Yo soy del grupo de la Rambla y desde allí, una vez terminado el “ingreso” pasé, junto a mis compañeros, al colegio de los mayores: el castillo. En ese punto confluíamos la totalidad del alumnado de los otros dos colegios mencionados. Ya desde esos primeros años, se notaba la siembra de amistad que se había hecho en los años infantiles y, lejos de formarse guetos independientes, lo que en El Quisisana se conseguía era la exposición real de la “teoría de la unión de conjuntos”, hasta llegar a formar un nuevo grupo, donde lo que prevalecía era lo que nos unía y sigue uniendo a todos: la amistad por encima de todo.

Desde aquellos años donde nos fuimos haciendo mayores, hasta llegar a nuestros largos sesenta y tantos años, ha habido toda una vida, llena de bodas, bautizos, estudios y desempeños laborales de todo tipo. Pero, fiel a lo que aprendimos y vivimos en aquellos años escolapios, también ha habido hueco para los recuerdos. Las nuevas tecnologías han traído la posibilidad de volver a reunir a un buen número de aquellos estudiantes convertidos en abuelos o en espera de serlo.

El “WhatSapp”, es una herramienta que sirve para un buen número de cosas -unas buenas y otras para tocar las narices-. En el caso que traigo a colación, ha sido de gran utilidad para poner en contacto nuevamente a una gran promoción de aquel alumnado que se formó en el castillo. Nos une tantas cosas vividas en común, que hoy en día salirse del grupo, puede constituir desligarse totalmente de ellas y de los compañeros. Al menos del grueso del grupo. El llegar a ese momento de desconexión, no solo deja un hueco en el número de participantes, sino en el corazón de quienes siguen considerando un bien preciado el haber vuelto a reencontrase con las amistades escolares.

Esa aplicación con la que alguien seguramente se habrá hecho millonario, a quienes la usamos, nos ha brindado la posibilidad de volver a interactuar con quienes mantenemos viejos y entrañables recuerdos. También nos da la posibilidad de organizar reuniones que en algunos casos son mayoritarias, y en otras, algo menos tumultuosas. El sábado pasado, se ha dado una buena alineación de los astros y hemos tenido la ocasión de reunirnos un número importante de los escolapios de la “promoción treinta y tres” y pico -lo del pico, es porque en el grupo con el que mantenemos viva la llama, confluyen compañeros de otras promociones y, son tan bien avenidos, como los que conformamos el grueso del mismo-.

Como digo, el pasado sábado 08 de noviembre, quedará en nuestra memoria como ese gran día que disfrutamos recordando los buenos momentos vividos en la añorada etapa estudiantil. No se sabe muy bien el motivo pero, incluso los malos ratos que pudimos vivir, se convierten en recuerdos divertidos; tal vez sea por aquello de que el tiempo suaviza las aristas, o porque ya no estamos para dejar que los malos ratos nos secuestren los buenos momentos. Por lo que quiera que fuera, las risas y la camaradería se adueñaron de ese maravilloso día de confraternización escolapia. El sábado se estiró lo suficiente como para compartir mesa, recuerdos, música, jolgorio, charlas entretenidas y por supuesto el “Campeonato Mundial de Moneditas”.

De todo el tiempo que estuvimos en la casa del compañero Manuel González Padrón -a quien estaremos siempre agradecidos- hubo momentos puntuales que cada cual habrá guardado en sus retinas y sus estómagos. Una comida súper bien atendida por el maestro parrillero “Leo”, nos mantuvo moviendo la quijada desde el mediodía, hasta que la noche hizo su presencia. Un momento de máximo respeto fue el minuto de silencio en recuerdo por la ausencia de nuestro querido Héctor Lorenzo Febles, “Tito”, el último de los compañeros que marchó al encuentro de otros que lo hicieron antes y a quienes también se recordó con ese instante acompañado únicamente por el silbido del Alisio entre las ramas de los árboles.

La apoteosis de la reunión, la marcó el campeonato Mundial de fútbol de monedas -deporte que se viene realizando desde los tiempos de “Maricastaña”, y que los actuales padres escolapios deberían retomar-. Fue una competición dura que se fue jugando, por parejas, en los estadios cedidos por Mundi; hasta llegar a una final no exenta de amenazas de impugnaciones y negociaciones, pero que al final se jugó, quedando un subcampeón, Manuel Hernández Muñoz y un campeón, Vicente Álvarez Gil, quienes se llevaron para sus vitrinas las placas diseñadas por José L. González Doña. ¡Hasta la próxima convocatoria!


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