He estado leyendo todo lo que se ha venido escribiendo en los diarios sobre Fernando Senante Mascareño, quien nos dejó en la madrugada del jueves después de haberse enfrentado a una complicación sanitaria que al final le ganó la partida. Quienes conocemos el empeño que le ponía a todo, sabemos que la enfermedad, en este caso, tuvo que ponerse la pilas para lograr su objetivo de llevarse a nuestro Nando.
En toda la prensa se nos ha dejado claro el perfil profesional y social que el más pequeño de los Senante, desarrolló en el ámbito jurídico, urbanístico, deportivo y por supuesto cultural. En cada una de esas facetas, Nando destacó con luz propia. Nada se ha escrito del trato que se le dio en cada uno de los estamentos públicos y privados para los que trabajó, pero eso no toca ahora. Por último, estaba enfrascado en la lucha por un proyecto en el que creía a pie juntillas. Pese a algunos obstáculos que han ido surgiendo y si persisten como lo sabía hacer Nando, estoy seguro que se hará realidad y uno de sus rincones, aunque sea Underwater, llevará su nombre pues se lo merecería. Ver la presencia de los máximos jefes de esa infraestructura lúdico-científica en su funeral, me hace pensar que en esa empresa sí que se le seguirá teniendo en cuenta.
Pero como dice el título de este escrito, Nado, era mucho más que toda su trayectoria profesional y cultural. ¡Era un amigo! Pero no un amigo de andar por casa. Él se tomaba la amistad como algo muy serio. Algo que ha de perdurar siempre, incluso cuando ya no se está presente. Quienes tuvimos la suerte de unir nuestros caminos al suyo, tenemos hoy una carpeta en nuestra memoria llena de recuerdos. Momentos inolvidables que en cada rato en el que nos reunimos sacamos a colación y siempre acompañamos de risas. La poesía siempre estaba entre sus intervenciones. Aún recordamos una de las que, no siendo suya, la adoptó como propia. Nos la recitaba aportando su particular gracejo andaluz:
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo
que te casaste hace un mes
y me quedé tan tranquilo…
La primera vez que le oí recitar esta poesía de Rafael León, fue en una reunión con sus amigos de “Corbatitas” en casa de Cori. Tremenda memoria la del Nando. Aún lo estoy viendo y todos atentos a su intervención. La segunda vez, fue en la fiesta de cumpleaños que su hija y hermanos le prepararon para recibir sus sesenta y cinco -y dos piedras-. En esa ocasión ya había sufrido su anterior contratiempo de salud. Pero como él es como es, la volvió a recitar completita como si no hubiera pasado nada y es que Nando, según me contó Ana, la había estado usando para sus prácticas logopedas. ¡Solo a él se le podía haber ocurrido tamaña poesía para recuperar su habla tras un problema de salud tan fuerte como lo es un Ictus! Seguramente en toda su recuperación estuvo asesorado y acompañado de los consejos médicos de nuestro Antonio -facultativo de cabecera y merecedor del título que el propio Nando le puso: El Facul-.
Nando podía sorprender tanto con una llamada para felicitarte las pascuas, como con un regalo de cumpleaños con todos los libros y recortes de noticias que tuvieran que ver con la fecha en la que había nacido quien hacía la fiesta. Y cuando ya comenzábamos a cantar, él tomaba las riendas de director para conseguir que todos fuéramos al unísono. Aún lo recuerdo con su mano alzada tocando dedo pulgar con índice y marcando el compás como solo lo saben hacer los directores de coro con su “un, dos, y…” le daba primero el pase al acompañamiento musical servido por Toño y quien también se nos fue, nuestro querido Carlos; para acto seguido, darnos entrada a los demás. Cuando yo desentonaba, las más de las veces, me miraba con ese cariño que solo lo sabe aportar quienes están a lo que están. Menos mal que prevalecía la voz grupal y eso ahogaba un poco mi vozarrón. Aunque también es verdad que en la primera y única actuación en público del grupo “Corbatitas de Papel”, del que éramos miembros todos, y cantando la canción del autor francés Brassens, “la mala reputación”, no pudo parar el caballo desbocado que llevaba dentro Josechu y con su: “Todós, todós, todós…” dimos por concluido nuestro empeño en hacerle la competencia a Mocedades.
Nando era un carnavalero de pro. No llegó nunca a la categoría de personaje del carnaval, pero porque no se presentó a concurso. También es verdad que a medida que iba cumpliendo años y ensanchando su perímetro, el disfraz de caperucita o de pipi, o de vikinga - ya no se sabía muy bien de qué iba- iba tomando un cariz más atrevido y divertido. Él lo lucía siempre con la misma frase: Un buen disfraz debía tener algo incómodo y seguro que, en su caso, debía ser así porque la peluca era por último, más un casquito vikingo que otra cosa
Fue siempre un amigo y tanto cultivó ese árbol que hoy, quienes tuvimos la suerte de entrar en su círculo, podemos afirmar que cuando hablamos de Nando, lo haremos en presente, porque su huella, no se plantó en tierra, sino en cada uno de nuestros corazones. Su familia, estoy seguro que también hablará en presente a recordarlo, porque en sus abrazos cabía toda la familia completa. Amaia, hoy se nos fue tu padre, pero nos dejó su presencia activa y ten por seguro que en cada una de las reuniones, estará siempre presente. Cada vez que cantemos, sentiremos su dirección y cada vez que le lloremos, alguien recordará alguna de sus muchas anécdotas y reiremos juntos. Él no podría entender que lo recordemos de otra manera.