Hay muchas cosas que no se colocan en los contratos entre personas físicas o entre estas con las personas jurídicas. Hay datos que si dejan de estar presentes, por muy bien elaborada que esté la ley, no se garantizaría la convivencia social. Uno de estos elementos prejurídicos es la lealtad como principio. El diccionario la define como el sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien. La lealtad está edificada sobre la fidelidad a la palabra dada y, esta fidelidad, crece sobre el noble y personal espacio reservado al honor.
¿Por qué tiene valor el testimonio de una persona? Porque suponemos que el principio de amor a la verdad y de honor a dicho principio genera en todos una confianza respecto a la palabra que alguien pronuncia. Por eso, lealtad y confianza son realidades prepolíticas y previas a toda organización social, incluso la democrática. Sin lealtad y confianza, ¿cómo haríamos al poner en manos del cartero una carta o al sentarnos en la barra de un bar a tomar un café? Damos por supuesto que respetarán tanto nuestros mensajes como que no nos envenenarán con dos gotas de cianuro, como reza la canción.
Si es cierto que la lealtad es el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor, y que es una virtud consistente en el cumplimiento de lo que exigen las normas de fidelidad, honor y gratitud, ¿qué ley garantiza la lealtad? No es posible sin el principio del honor y respeto que debemos tener por nosotros mismos.
Sería todo un problema que los esposos, incluso que las parejas de hecho, tuvieran que garantizar todos los extremos de su relación bajo estipulaciones particulares que recogieran todas las circunstancias en las que la relación se ve envuelta en el día a día de sus vidas. Imposible del todo. Es la confianza en la lealtad del otro lo que hace respirable el amor humano. Es la confianza en la verdad del otro la que ilumina toda relación en sociedad.
Cuentan que a Karol Woytila, cuando era arzobispo de Cracovia, en una ocasión un colaborador le indicaba que no debía ser tan confiado en relación a quienes pedía ayuda a los servicios sociales de Cáritas diocesana. Cuentan que él le respondió que si se perdía la confianza, seguro que le engañarían menos, pero también haría mucho menos bien a los demás. La picaresca de los aprovechados siempre estará presente porque, de alguna manera, somos todos hijos de Adán, pero sería terrible perder la confianza en la lealtad de las personas.
Este también es un valor a cuidar y proteger. Una virtud a enseñar en los proyectos educativos y en las reformas que buscan el desarrollo y progreso de la vida social.
Pon a mi lado una persona leal y seré capaz de cambiar la historia.