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Las monjas también son mujeres

Por Miquel Pascual Aguiló
sábado 10 de marzo de 2018, 03:00h

El pasado día 1 en un artículo publicado en la revista mensual Donne, Chiesa, Mondo (Mujeres, Iglesia, mundo) de L'Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano varias religiosas denunciaron a la periodista Marie-Lucile Kubacki que muchas monjas que hacen trabajo doméstico u otros menesteres para cardenales, obispos y párrocos locales trabajan en condiciones similares a la esclavitud. El artículo se ha publicado con el permiso explícito de Jorge Bergoglio, que recientemente quiso verse con monjas de todo el mundo y escuchar sus lamentos, protestas y propuestas.

Marie-Lucile Kubacki, es una periodista especialista en asuntos religiosos, que entrevistó para su artículo a varias religiosas que, usando seudónimos, han denunciado, además de las condiciones económicas y sociales injustas que sufren, presiones psicológicas y espirituales. En el ámbito de los corresponsales de prensa que cubren informaciones del Vaticano a estas mujeres se les ha denominado “monjas pizza” por el ingrato trabajo que hacen, explica la autora del reportaje.

Según la revista ninguna tiene horario ni paga fija que, en caso de existir, pudiera considerarse digna y proporcional al servicio que brindan, algunas monjas se levantan a la madrugada a preparar el desayuno para los clérigos y sólo se van a dormir “una vez que han servido la cena, ordenado la casa, limpiado y planchada la ropa”, “las monjas no tienen horas de trabajo fijas o reguladas, a diferencia de las (empleadas) seculares, y su pago es arbitrario, frecuentemente muy modesto, cuando es inexistente", de acuerdo con el testimonio de una religiosa, cuya identidad se mantuvo en el anonimato.

Pero, aun siendo malo, no es lo peor, no son reconocidas como pares, ni se les permite ejercer otros oficios para los que están capacitadas y se les ignoran sus derechos.

Una monja dijo que conocía a otras hermanas que tenían doctorados en campos como teología y que, sin ninguna explicación, habían recibido órdenes de realizar tareas domésticas u otras labores que “no guardaban relación con su formación intelectual”.

Una religiosa que ocupa un alto cargo en la iglesia y asume el nombre de sor Paula señala que muchas de ellas no tienen contratos formales con los obispos, las escuelas, parroquias o congregaciones para las que trabajan, por lo que “les pagan poco o nada”, y que muy rara vez son invitadas a compartir en la mesa de comida. “¿Cómo puede un clérigo querer que su hermana le sirva la comida y luego la mande sola a comer a la cocina?”, se pregunta.

Esa es la vida de muchas monjas que están sometidas a una vida de servidumbre, mayoritariamente al clero masculino de la Iglesia católica, en cuyo ámbito son vistas como voluntarias que están dispuestas a atender cualquier petición, lo que da lugar a abusos de poder.

Recordemos aquí que la actual residencia del Antonio María Rouco Varela, expresidente de la Conferencia Episcopal Española y exarzobispo de Madrid, es un ático de 359 metros cuadrados situado en la céntrica calle Bailén, que cuenta con seis habitaciones, dos de ellas en la zona de servicio, cuatro cuartos de baño y que viven en el inmueble dos monjas de servicio.

En muchos casos las monjas, que toman votos de pobreza, no reciben una paga porque son miembros de órdenes religiosas femeninas y son enviadas a las residencias de funcionarios varones de la Iglesia como parte de sus asignaciones.

En el pasado, la mayoría de las monjas que trabajaban como ayuda doméstica en residencias dirigidas por hombres o instituciones como seminarios eran ciudadanas locales. Pero en los últimos años, muchas llegan del extranjero, del seno de familias pobres de África, Asia y América Latina, otras partes del mundo en desarrollo y están pagando una deuda que tienen con la congregación religiosa a la que pertenecen.

A menudo provienen de familias muy pobres, donde algunos padres las presionan para hacer el viaje al extranjero para desempeñar su labor, como forma de compensar a la institución que cuidó de la madre o del padre enfermos o porque facilitó que un hermano pudiera completar sus estudios superiores en Europa.

Si alguna de estas mujeres no soportara las indignas condiciones laborales y fuera enviada a casa, su familia no lo entendería y la tildarían de caprichosa. Muchas entonces guardan silencio. Otras dicen tomar tranquilizantes para soportar la frustrante situación y hasta las hay que se sienten reconfortadas con esta situación, que de todo hay en la viña del Señor.

La denuncia de las monjas de ser “tratadas como esclavas por curas y obispos” traerá cola en la Iglesia católica. Se trata de un colectivo de unas 700.000 mujeres. Un colectivo al que el papa Francisco ha dado voz en un momento en que la Iglesia católica se enfrenta a un serio problema de credibilidad social y que más que nunca está necesitada de un cambio de rumbo en distintos temas entre ellos el relativo al colectivo de mujeres consagradas.

Esperemos que sea así.

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