Hacía pocos días que había sido liberado de su entierro el funcionario Ortega Lara y se vivía una cierta euforia pues se asestó un duro golpe a ETA; casi dos años en una sepultura bajo una pesada máquina que dice la leyenda fue alzada a peso por la Guardia Civil. Ese mismo día fueron detenidos sus enterradores y supuso una gran victoria del Estado de Derecho frente al terrorismo.
Cuando uno piensa que el mal no puede ser peor aparece alguien y es capaz de superar la máxima maldad que conocemos y procede a secuestrar a un inocente con la advertencia de ejecutarlo si en las siguientes 48 horas no se producía un acercamiento de los etarras presos al País Vasco. El señor Blanco era concejal de Ermua por el PP; equivaldría a que yo mismo fuese concejal de un pueblo como Sineu, de donde procede mi familia materna.
En ese momento presidía el Consejo de Ministros el señor Aznar y tuvo que tomar la difícil decisión de mantener el Estado de Derecho y no plegarse al miserable chantaje de los asesinos; de haberlo hecho hubiese sido, sin duda, el primero de muchos. El Estado no se arrodilló y siguió en pie…
Fueron unos días de mucha tensión, de angustia y de falsos rumores, no había internet ni redes sociales y la radio nos mantenía informados; en esos días el Gobierno puso todos los medios necesarios para localizar al señor Blanco antes de ser ejecutado, sin juicio, en una ejecución sumarísima sin ningún mínimo derecho humano, atado de pies y manos como un perro pero con la cabeza alta y digno hasta sus últimos momentos en el Hospital de San Sebastián.
Fue un error estratégico de ETA que no midió las consecuencias de su crimen; la sociedad española y especialmente la vasca perdieron el miedo y en un acto de gallardía y dignidad salieron a la calle a cara descubierta, incluso la policía foral, (que contra sentido que la policía se esconda de los malos…) reclamando algo que había sido tan caro hasta entonces: la paz.
Todos recordamos donde estábamos cuando fue ejecutado don Miguel Ángel Blanco, yo concretamente estaba en la terraza y piscina de un demócrata con mayúsculas, don Josep Melià; después vino el desánimo, la rabia, la indignación y la tristeza y unas lágrimas que se derramaban por las mejillas hasta confundirse con el agua de la piscina. De eso han pasado veinte años ya!!!
Fue el principio del fin y es quizás lo mejor que les dejamos a los jóvenes; recuerdo mi infancia y adolescencia en la que no había semana sin algún atentado y sin ningún asesinado; admirable trabajo de Ministros del Interior para abajo, el esfuerzo de ellos es nuestra paz. Que pasen un buen día.