Esta semana, en una reunión profesional con destacados empresarios y empresarias, escuché esta palabra cuando se estaba dialogando sobre las graves repercusiones, perniciosas, que está provocando el elevado absentismo laboral, tanto a las empresas, la economía en general, también social y sanitariamente, así, como a los propios compañeros que se quedan trabajando, sobrecargando sus labores profesionales. Está perjudicando la propia sostenibilidad de los recursos públicos, generando desconfianza hacia quienes realmente necesitan protección.
La afectación a la productividad es total, debilitando los equipos de trabajo, frenando el funcionamiento normalizado del tejido empresarial, así como perjudicando los quehaceres de los trabajadores y trabajadoras que están ocupando su función de forma habitual sin incidencia alguna, son precisamente los más dañados. Hay que afrontar esta problemática actual, de frente, con mesura, pero con seriedad y compromiso de arreglo, no al estilo del “síndrome del avestruz”, que significa que una persona trata de evitar o de ignorar lo que a todas luces es evidente
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