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Abstención y transversalidad: nueva petición del electorado español

Por Jesús Antonio Rodríguez Morilla
jueves 13 de noviembre de 2025, 13:16h
Los sondeos más recientes confirman una tendencia que ya no puede pasar desapercibida: más del 40 % del electorado español se sitúa hoy fuera del voto tradicional. La desafección atraviesa por igual a los grandes partidos —PP y PSOE— y alcanza incluso a las nuevas formaciones que surgieron con la promesa de regenerar la vida política. La abstención, por tanto, ya no es un gesto aislado de apatía, sino un fenómeno transversal que crece como respuesta a un sistema que muchos perciben agotado.

Mientras los líderes concentran sus miradas en encuestas parciales y disputas internas, un bloque silencioso pero creciente de ciudadanos decide mantenerse al margen de las etiquetas habituales: izquierda, derecha, independentismo o centralismo.

Este sector —invisible en los titulares, pero visible en los sondeos— refleja un malestar profundo que atraviesa generaciones y clases sociales. Su decisión de abstenerse, votar en blanco o declararse sin representación expresa no indiferencia, sino un voto de censura moral hacia un sistema que no ofrece respuestas.

Y es que tampoco se comprende, que un Partido en el poder rodeado de circunstancias graves conocidas, empecinadamente persista en finalizar la Legislatura y presentarse nuevamente. Suponemos que son estrategias alejadas del contexto bronco conocido

La habitualidad estructural del desencanto y la repetición de los mismos errores políticos han generado lo que podría definirse como una necrosis institucional. Décadas de corrupción, promesas incumplidas y falta de transparencia han erosionado el crédito ciudadano en las instituciones. La gobernanza se percibe cada vez más como una maquinaria inmóvil, incapaz de afrontar con decisión los desafíos del país: pensiones, vivienda, empleo, cohesión territorial o regeneración democrática. La consecuencia es una pérdida de confianza que se traduce en retraimiento político.

España podría encontrarse, por primera vez en su etapa democrática, ante una inflexión electoral sin precedentes, donde la abstención transversal —extendida en todos los bloques ideológicos— reconfigure la legitimidad del sistema representativo. Este fenómeno, lejos de ser exclusivo, podría resonar en otras democracias europeas que padecen síntomas similares: fatiga institucional, polarización y desconfianza hacia sus élites políticas. Como toda enfermedad social, la desafección también es contagiosa, y su tratamiento no admite demora.

La abstención masiva no es, por tanto, un acto de desinterés, sino una forma de exigencia. Constituye una petición colectiva de cambio, una llamada a reconstruir los fundamentos de la representación y del contrato entre gobernantes y gobernados. En ese silencio electoral se esconde una voz que reclama reformas reales, honestidad y eficacia.

España, cuando llegue el momento, deberá decidir si permite que este pandemonio político continúe, o si es capaz de transformar el desencanto en una nueva etapa de responsabilidad cívica. Tal vez la mejor fórmula legal y moral para lograrlo sea precisamente la que muchos expresan desde hace tiempo: no avalar con el voto una actitud que no se merece.

Quienes me conocen —y algunos de ustedes que soportan mis artículos— saben bien que no se trata de desinterés, sino de coherencia. La abstención, entendida así, no es ausencia: es presencia crítica. Y tal vez sea, hoy por hoy, la única manera de recordar que la democracia no se mide sólo por cuántos votan, ¡sino por cuántos confían!

Una última reflexión o pregunta: ¿Son las Elecciones o Mociones de Censura, utilizadas desde hace tiempo, una instrumentalización de nuestro Electorado, convertida a “Riego y Ventura” de los Partidos Políticos?

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