He notado cierto triunfalismo en el paso de Ábalos y Koldo por el juez al no ser enviados directamente a la cárcel como habían anunciado algunos medios de comunicación. Parece como si el caso se diluyera de un día para otro en el momento en que las charos olvidaron los agravios machistas para ser sustituidos por la indignación por la postura de la derecha frente al aborto. El argumento electoral lo define Iván Redondo cuando dice que hay que votar a Vox para que no gobierne Sánchez y hay que votar a Sánchez para que no gobierne Vox. En esta ecuación los populares son borrados de la escena y todo se dirime en el escenario de la radicalización.
Publica El País un artículo sobre el oportunismo político en el que se insinúa que los cambios bruscos de estrategia son debidos a los mismos cambios en los deseos de los ciudadanos, y esto no es verdad. Lo que se intenta es adaptar el relato a cualquier circunstancia sobrevenida que afecte a los apoyos coyunturales que sustentan al Gobierno. Se nos viene encima noviembre y no se ha celebrado ninguno de los actos que se anunciaron en enero para conmemorar el año de la muerte de Franco. Ya no conviene. Se ha acabado lo de Palestina, rubricado por el apretón de manos del presidente con Trump y habrá que ir corriendo a inventar otra cosa. Ahora podría aprovecharse lo del rescate de los tres mosqueteros del Peugeot que reclaman por qué uno de ellos está en prisión y los otros no.
Un manto de sospecha misericorde cubre los acontecimientos, recurriendo al victimismo por causa de la injusticia. Lo de las putas está amortizado por el aborto y el feminismo escandalizado retorna a las filas de donde nunca debía haber salido. Asunto resuelto. Ahora queda por inventar un nuevo conflicto que dé un poco de oxigeno hasta fin de año, o hasta que salga un nuevo informe de la UCO. La esperanza está cifrada en el cese de algunos generales de la Guardia Civil y el ascenso de otros mas proclives a no hacer daño. Así, a trancas y barrancas, que no son las del hormiguero de Motos, llegaremos ilesos a 2027 y entonces ya veremos. Mientras tanto, como se dice en el artículo de Orriols en El País, iremos cambiando los deseos de los ciudadanos para que crean que realmente nos estamos acercando a ellos.
Es como el vendedor de drogas a la puerta del colegio, captando futuros clientes para comprarle la mercancía. No sé si algún día la sociedad se dará cuenta de este engaño. Pienso que ya lo esta haciendo y pasa a formar parte de esa gran mayoría silenciosa que se acomoda en la abstención para decidir sobre los asuntos que aparentemente le interesan. Ellos deciden sin darse cuenta, porque los dirigentes adivinan cuáles son sus preferencias por medio de los algoritmos de la Inteligencia Artificial. Entonces la canción de los flamenquitos ya no será: “No estamos locos, sabemos lo que queremos”, sino “No estamos locos, ya sabemos lo que quieren, que en el fondo coincide con lo que nosotros queríamos que quisieran”.