El domingo en Bethpage Black quedará grabado como una de las páginas más intensas en la historia de la Ryder Cup.
Tras dos días de dominio europeo, el Team USA salió en los individuales con furia, empujado por una grada ensordecedora (más allá de lo deportivo) y decidido a forzar la remontada.
Los partidos se fueron tiñendo de rojo y la ventaja visitante se redujo hasta un punto crítico. Fue entonces cuando apareció Shane Lowry, que con un birdie decisivo en el hoyo 18 rescató medio punto frente a Russell Henley: el empate que aseguraba los 14 puntos y con ellos la retención del trofeo.
Poco después, Tyrrell Hatton firmó tablas con Collin Morikawa y el zurdo escocés Robert MacIntyre arrancó otro medio punto a Sam Burns. Con esas dos medias unidades, Europa alcanzó los 15 puntos, conquistando así la Ryder Cup en suelo estadounidense con un marcador final de 15–13.
En lo individual, Tommy Fleetwood fue reconocido con el Nicklaus-Jacklin Award, galardón que premia los valores y el comportamiento ejemplar, subrayando la deportividad del equipo europeo en un ambiente complejo.
Más allá de los puntos, la gran fortaleza de Europa volvió a ser su piña colectiva: jugadores y capitanes funcionando como un solo bloque, apoyándose en cada golpe, compartiendo nervios y celebraciones, en contraste con el enfoque más individualista de los estadounidenses.
Si algo ensombreció la fiesta fue el comportamiento de parte de la afición americana, que en varios momentos sobrepasó los límites del respeto. Aun así, Europa volvió a triunfar en Estados Unidos, demostrando carácter, temple y unión en una Ryder Cup que será recordada durante años.
Y en la figura de Luke Donald, el gran arquitecto de la victoria y del espíritu de grupo, se consagra uno de los mejores capitanes de la historia, capaz de guiar a su equipo a la gloria en casa (Roma) y fuera de ella (Nueva York).
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