Esperaba ver a Antonio Muñoz Molina con Gonzo y vi lo de siempre: cómo el periodista y la televisión hacen de la realidad un modelo deformado para su conveniencia. Me interesaba escuchar sus opiniones sobre Cervantes, pero solo me contaron lo del Instituto en Nueva York. Quería saber algo sobre su última novela, escrita según parece en medio de la depresión, pero solo apareció la heroína salvadora de Elvira Lindo para sacarlo de ese pozo profundo. Al final Manolito Gafotas y los guiones de las mamachichos eran lo más importante. Eso y haber sido nominada por Pedro Sánchez como ministra de Cultura.
No la estoy minusvalorando, definió a un personaje extraordinariamente admirable que fue capaz por sí sola de llenar todo el programa. Dejó de ser la mujer de Antonio, para pasar éste a ser la pareja de Elvira. No me parece mal, pero yo esperaba otra cosa. Ellos no tienen la culpa. En el fondo, la televisión es el reflejo del mundo en que vivimos, o el mundo en que vivimos es el resultado de la televisión, que ya no sé.
Cervantes no interesa a nadie, salvo por alguna anécdota de su supuesto comportamiento sexual a la que todos aplauden a rabiar. De Muñoz Molina lo único que importa es que está depre, igual que Mar Flores debe reivindicar los malos tratos que le ha infringido la opinión publicada. La televisión iguala a Rocío Carrasco con Miguel de Cervantes mientras los que idean estas estrategias se ponen las botas desviando la atención hacia los territorios de la ignorancia.
Todo se mide por audiencias y hay que reconocer que hablar del Quijote no seduce a nadie, porque en realidad nadie lo ha leído aunque todo el mundo lo reconoce como un símbolo nacional. No me atrevo a desmontar tanto mito no sea que la cuchilla de la cancelación venga a cortarme el pescuezo. No me atrevo a comentar la novela de David Uclés, copando todos los premios mientras reproduce a Cien años de soledad en el escenario de la Guerra Civil, esa mezcla que ha dado tan altos rendimientos al cine y a la literatura española. Lo mismo sucede con un Cervantes maricón y con un Muñoz Molina depresivo, olvidado de que un día estuvo en el partido comunista, como tantos otros que fueron jóvenes cuando tenían que serlo.
Leí Un verano con Cervantes y comprobé cómo no podía desligar su retorno al huerto sanador del recuerdo de sus lecturas cervantinas. El señor Gonzo no preguntó nada sobre esto. Se ve que no interesa. De Cervantes solo conviene poder incorporarlo a la fiesta del orgullo y de Antonio sacarlo de la enfermedad que le invita a no salir de la cama. Impera un mundo de valores prácticos, como el de la faena permanente que confiesa la tía de Elvira, que sale para decir eso. Parece que se desprecian las horas de trabajo del escritor frente al ordenador y se valoran cada uno de los panes que se hornean en la tahona familiar, uno detrás de otro y uno igual al otro. Los libros quedan, como ese Quijote que todos dicen leer y nadie lee, y los panes se comen y no se sabe más de ellos, a menos que busquemos sus residuos en el retrete y en las alcantarillas. Esto es lo que hay y esto es lo que vi en la Sexta, un espejo de lo que significa el progresismo.