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¿Chester sueltos p’a llevar hay?

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 14 de septiembre de 2025, 10:57h

Todavía no nos habían bajado las velas y ya íbamos al carrito de la plaza Abajo a comprar cigarrillos sueltos. Unos años más tarde aún no había cerrado la barba y me compré mi primera caja de Craven A, lo que la gente llamaba “cigarros graves”. No recuerdo cuánto me duró. Supongo que hasta que me entró un mareo y los tuve que dejar. Después me fui acostumbrando y empecé a fumar labores inglesas: Gold Flake, Churchman, State Expres, White Eagle, Players, Navy Cut, Abdulla Imperial… Los alternaba con los negros, 46, Vencedor y Récord y algunos cubanos, Partagás y H. Upman. En la península fumé lo de Tabacalera, Celtas y los canarios Antillana y Ben Hur; y en los tiempos de penuria, Kruger y Mecánico Amarillo.

Se llamaba “Lo que trinques”, haciendo un acrónimo con Lucky Strike. Había donde escoger y los estancos tenían los anaqueles repletos de marcas, y en las tabaquerías especializadas había repisas de cristal con los bordes dorados que alternaban la venta de tabaco con perfumes ingleses, Yardley, Old Spìce y otros. Aquí presumíamos de variedad porque éramos puerto franco, lo mismo que hacíamos con licores, transistores, relojes y esas cosas que ahora falsifican los del top manta. Con toda esta variedad de ofertas era un milagro que no me convirtiera en un fumador empedernido y no viviera envuelto en un mundo de humos azules, como el que describe Paul Auster en “Smoke”.

En realidad, ignoro por qué en la literatura todavía no se le ha hecho el homenaje al cigarrillo que se merece. El vicio no me aprisionó todos los momentos del día y creo que por eso no me costó excesivo trabajo dejarlo hace unos años, sin tos y con los pulmones seminuevos. Viví los primeros años de la ley antitabaco contemplando a las víctimas encerradas en las jaulas de cristal que se instalaron en los aeropuertos. Me recordaba a los blancos apresados en el campamento de los monos, en “El planeta de los simios”. Antes se fumaba en el cine, y más en las películas, cuando Humphrey Bogart llenaba de vapores la cabellera rubia de Lauren Bacall. Entonces creíamos que sin fumar sería imposible conquistar a una mujer. Luego ellas empezaron a fumar y algunas no lo han podido dejar. Las veo sentadas en la puerta de Alcampo, apurando un cigarrillo para regresar a la caja.

Hay una mezcla de angustia y placer en sus miradas de seres aislados, que antes fueron excepcionales, creyendo que conquistaban su libertad y ahora son proscritas clandestinas. Hace años de la prohibición y el mundo, aunque parezca lo contrario, nos resulta más libre y saludable, porque la libertad no es un concepto individual, que también, sino preponderantemente colectivo. A pesar de todo, tengo un recuerdo nostálgico de un mundo que desaparece poco a poco. ¿Dónde está el vaquero de Marlboro? ¿Qué ha sido de la rubia platino que encendía un Peter Stuyvesant? ¿Por qué no surge el poeta que haga el canto de los pulmones comprometidos por la adicción? ¿Por qué el alcohólico tiene su día de vino y rosas y el fumador tosiendo pasa a ser una especie a olvidar? Mañana es día del Cristo. Hace setenta años me daban veinte duros para la fiesta. Creo que fue entonces cuando compre la cajetilla de Craven A. El resto me lo gasté en una ruleta o tirando a las bolas con una escopeta que tenía el cañón torcido. La vida sigue siendo más o menos igual aunque no lo parezca.

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