El editorial de El País insiste en que la reunión de Illa con Puigdemont obedece a la normalización y a instaurar el diálogo como práctica política. Puigdemont ha echado un jarro de agua fría sobre esta tesis cuando dice que de normalización nada, que hasta que él no esté en Barcelona eso no existe. Lo del diálogo está muy bien, pero no es creíble cuando se rompe con los demás y el presidente no se reúne con el jefe de la oposición, por poner un ejemplo.
Seguimos con el mismo argumento. Un argumento que nadie se ha creído nunca, porque, a pesar de lo que digan en el preámbulo de la ley de amnistía y lo que después concluya el Tribunal Constitucional, todo el mundo sabe que todo es a cambio de siete votos, y este es el motivo del viaje de Illa a Bruselas, siguiendo las órdenes de Pedro Sánchez. No le demos más vueltas. Dice Habermas que la verdad, en su concepto más moderno, es aquello que surge del consenso, la opinión más acreditada en el conjunto de los ciudadanos. Si Tezanos les preguntara sobre eso dirían que lo de la normalización es un camelo, como tantos otros salidos de la fábrica de argumentarios, en un ambiente donde la credibilidad anda por los suelos. Pero Tezanos no se va a arriesgar a preguntar esto, porque Tezanos también sabe que no es creíble.
El problema de nuestro querido país no es de normalidad sino de credibilidad. No hay ningún organismo, ni prensa, ni opinión que no esté sometida a algún tipo de manipulación. Se ha creado un espacio falso de unanimidades en el que no hay un oráculo fiable al que recurrir. Hay una confusión en la consideración libre de los ciudadanos, porque la tendencia es identificarlos con sus adscripciones ideológicas. Imagino que con el manejo de los big datas y de potentes ordenadores que interpretan las indicaciones de la Inteligencia Artificial, llegarán a saber que sus convicciones son erróneas, pero no les importa porque son las que convienen. Cada día que pasa aumenta más la desconfianza en la veracidad del mensaje que se quiere transmitir, cada vez es más forzado y menos admisible.
Anoche escuché a una periodista que siempre se muestra favorable a las opiniones de izquierdas, y al ser preguntada sobre si Salvador Illa podría ser el sustituto de Sánchez, dijo que nadie sería capaz de asumir esa responsabilidad con un parlamento con 80 diputados socialistas. Nunca había escuchado una cifra tan baja, menos que los 90 obtenidos por Sánchez en 2015, 20 menos que los 110 que consiguió Rubalcaba en 2011. Ignoro de dónde lo saca, pero deberá hacer alguna extrapolación hasta el 2027 del deterioro in crescendo que marcan las encuestas y, sobre todo, de una opinión generalizada y tozuda que se resiste a negar la realidad.
Esta es la normalidad que ven los españoles fuera de la influencia militante. Esta es la normalidad que Puigdemont dice que no existe. España vive un sueño irreal que intenta ser edulcorado con las editoriales de los periódicos y con entrevistas donde el dramatismo no se puede disimular ni esconder. ¿Por qué empeñarse entonces en continuar con este tormento?