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Lo que cabe en una flor

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 04 de septiembre de 2025, 06:00h

Decía Antonio Gala que en una flor cabe toda la belleza. Tenía razón, aunque quizá no imaginaba cuánto se podía ensanchar esa afirmación. Porque en una flor no solo late la hermosura, sino también la verdad, el bien y la unidad profunda que nos reconcilia con el mundo. Basta mirarla con hondura, detener el paso y dejar que su fragilidad nos hable en silencio.

La flor es humilde y al mismo tiempo majestuosa. No necesita discursos ni explicaciones; no argumenta, se ofrece. En sus pétalos se condensa la lógica sencilla de la vida: crecer hacia la luz, abrirse sin miedo, regalar perfume, y finalmente marchitarse para dar semilla. Su lección es clara: todo lo que se dona sin condiciones permanece más allá de la apariencia.

Quien contempla una flor con mirada limpia descubre que la belleza no es un lujo, ni una distracción superficial. Es un camino que nos aparta de la mentira, de la violencia y de la división. Nadie que haya sentido la hondura de lo bello se entrega con entusiasmo a la destrucción. La belleza, cuando se acoge, tiene fuerza de raíz: nos arraiga en lo esencial y nos salva de la frivolidad.

Por eso, más allá de la estética, la belleza toca la verdad. La flor no engaña: es lo que es, sin máscaras. En su fidelidad a su forma y a su ciclo nos recuerda que la verdad también florece cuando se vive con coherencia. Frente a la falsedad que tantas veces envenena la convivencia, la flor propone autenticidad, transparencia y sencillez.

Y la verdad, unida a la belleza, conduce al bien. Contemplar una flor no despierta el deseo de poseerla con egoísmo, sino de cuidarla, de proteger el entorno en el que nace. Así sucede con la vida social: quien se deja interpelar por la belleza aprende a hacer el bien, porque entiende que todo lo valioso es frágil y merece respeto.

Además, la flor nos habla de unidad. Su armonía de formas y colores no compite, sino que se integra; no divide, sino que suma. Quizá ahí resida uno de sus secretos más profundos: mostrar que la convivencia no necesita uniformidad, sino concertar diferencias en un mismo tallo. Una sociedad que sabe mirarse en una flor entiende que la diversidad no es amenaza, sino riqueza.

SÍ, la belleza salvará al mundo -como se ha dicho tantas veces- Y será porque en ella cabe todo lo que el ser humano anhela: la verdad que ilumina, el bien que dignifica y la unidad que construye. Mirar una flor puede parecer un gesto mínimo; sin embargo, en esa contemplación sencilla se esconde la esperanza de una historia reconciliada. Todo cabe en una flor… incluso nuestro futuro.

Jesús mismo invitó a mirar los lirios del campo, que no hilan ni trabajan, y sin embargo están vestidos con una hermosura que ni el rey Salomón pudo alcanzar. Esa mirada evangélica sobre la flor no es un simple recurso poético: es la certeza de que la belleza es don, es gracia, es anticipo del Reino. Quien sabe ver en una flor la huella de Dios ya ha comenzado a descubrir que la belleza, en efecto, puede salvar la historia.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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