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Inteligencia en extinción

Por Álvaro Delgado
martes 12 de agosto de 2025, 17:39h

El polifacético escritor y periodista italiano Pino Aprile ha publicado un reciente ensayo titulado “Nuevo elogio del imbécil, reedición ampliada de otro anterior aparecido en 1997, en el que alerta muy seriamente de que “la inteligencia humana está extinguiéndose y va camino de desaparecer”. Tras exponer una serie de conocidos ejemplos de comportamientos públicos y privados notoriamente estúpidos, el pensador transalpino sostiene que la inteligencia no ha sido más que un arma en la evolución humana que, en los tiempos actuales, está perdiendo su utilidad.

Explica Aprile con profusión de argumentos que la inteligencia surgió por necesidad evolutiva cuando nuestros ancestros, que eran animales arborícolas, se encontraron en la sabana al final de una glaciación. Al no tener las cualidades para sobrevivir allí, ni por número como las gacelas ni por potencia como los leones, el desarrollo de la inteligencia fue su única herramienta para sobrevivir en ese medio hostil. Sin embargo, en el siglo XXI los humanos tenemos número y fuerza, estamos en todas partes y hemos alterado el equilibrio biológico, por lo que no necesitamos inventar nada para seguir poblando masivamente el planeta.

En realidad, cree Aprile que la inteligencia es la excepción y la estupidez la norma general. El pensamiento inteligente, esa idea brillante que cambia las cosas, es como un fósforo que enciende la lumbre. Pero solo lo hace una vez y dura muy poco, aunque luego el fuego pueda durar días, semanas o meses. Y para eso sirve el estúpido, el que no inventa nada. Para copiar y conservar, para reproducir y sostener lo que han inventado otros. El genio crea, el estúpido preserva y replica. El genio es juguetón y se distrae, el estúpido es obstinado. La inteligencia es la chispa y la estupidez es la batería, el archivo de los logros de la genialidad humana. Toda invención necesita alguien que la genere, pero otros que la conserven y reproduzcan. Por eso, paradójicamente, cuanto más inventa el genio, más crece la estupidez. Pero, además, la estupidez une mientras la inteligencia divide; le estupidez cree, la inteligencia duda y debate. Por eso la estupidez hace mucho más fácil que los humanos se pongan de acuerdo.

Aprile comenta también en su obra los altos índices de demencia en todo el mundo, ligados al aumento de la longevidad y de la esperanza de vida, y el crecimiento exponencial de los casos de Alzheimer. Y concluye que “el hombre moderno vive para volverse tonto”, puesto que vivir más tiene el alto precio de “tener menos cerebro”. Ante la compleja pregunta de si puede sobrevivir la civilización sin un mínimo de inteligencia el italiano responde que sí, que la inteligencia no es realmente necesaria en la actualidad para sobrevivir. Por eso existe un límite a la inteligencia soportable, como demuestran las antiguas quemas de libros, o las cancelaciones de autores o pensadores “disidentes” habituales en el mundo actual. Pero la imbecilidad no conoce límites.

Si todo ese preocupante fenómeno evolutivo lo juntamos con el gran deterioro de la educación (el verdadero conocimiento está volviendo otra vez al reducto de una élite intelectual, mientas las masas viven idiotizadas por las redes sociales), la demonización progresiva en ámbitos políticos del mérito y el esfuerzo y la proliferación de líderes populistas y con pocos escrúpulos que gobiernan de forma autoritaria una buena parte del mundo el peligroso cóctel para el futuro de la humanidad está ya servido sobre la mesa.

De lo que no cabe duda alguna es de que cuanto más idiotas sean los gobernados, más idiotas nos gobernarán. Los humanos tendemos, irremisiblemente, a votar a nuestros semejantes.

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