Si uno pudiese mirar desde el cielo a la provincia de Santa Fe, en la República Argentina, y con el milagro de la imaginación, pintarla de colores, la vería verde de cultivos, azul de ríos, y ocres de surcos de tierra dispuesta a recibir simientes.
El capricho de los cartógrafos, que dibujaron las regiones convertidas en territorios con nombres propios, dispuso que tuviese forma de bota.
Pues allí, supongamos que a la altura del tercio inferior, más hacia el empeine que hacia el talón, muy cerquita de Cañada de Gómez, en un punto donde la brújula señalaría el suroeste, se alza la ciudad de Las Parejas.
A lo largo de su historia consiguió ser reconocida como un lugar destacado en la industria del sector agropecuario y constituye uno de los miles de municipios y comunas que le dan sentido a una superficie de más de 2.500.000 kilómetros cuadrados, que custodia belleza, riquezas y tradiciones de un país privilegiado, que nunca parece alejarse del dolor.
En Las Parejas viven personas de bien, sus habitantes se las arreglan, como en tantísimos otros lugares de la misma y otras provincias, para colaborar en el sostenimiento de actividades sociales, culturales, deportivas, todas indispensables, todas urgentes, la mayoría atendidas con desinterés por los que mandan.
Por eso, al sur del continente americano, es indispensable la participación de gente solidaria.
Y eso ocurre en Las Parejas, un día se puede ver a sus gentes reunidas en un club, o una asociación o un comedor infantil para recaudar fondos con el objeto de construir o mejorar necesidades.
La oferta, el reclamo, genera un humo apetitoso que se contagia por los puntos cardinales, cercanos y lejanos, no exagero si aseguro que pinta nubes desde La Quiaca a Río Negro: venta de pollos asados, o arroz, choripanes, locro, cuyos beneficios estarán destinados a deportistas, socios, lectores, o niños vulnerables.
Supongamos que eso suceda un día cualquiera de la semana, es posible que el domingo miembros de la comisión de la Biblioteca Popular José Hernández se reunirán en una plaza, para ocuparla en la venta de tartas o libros, nuevos y usados para el mismo fin: mantener, mejorar, adquirir material literario.
Otro jueves, de otro mes, parece ser propicio para que cientos de vecinos se junten en un gimnasio, ¿para qué, sino?, construir baños o cerrar el campo donde futbolistas de distintas categorías practican fútbol.
Siempre del mismo modo, encima de las brasas viandas, a los costados, esperando que se doren, familiares, integrantes de subcomisiones, ¡manos prestas!
Quienes se dedican a la natación no pueden ser indiferentes, convocadas y servidas por voluntarios, con música, bailes, todo válido para recaudar, en clubes que no solo compiten en las disciplinas federadas, sino también en solidaridad: Sportivo Atlético, Argentino Atlético, Sport Club Cañadense, América, Everton, y tantos otros de localidades vecinas, que hacen exactamente lo mismo.
¡Exactamente, lo mismo!, a lo ancho de una nación que destaca en el deporte, gracias a voluntarios que se dejan la piel en el empeño de ver crecer a sus hijos practicando actividades saludables.
Madres, padres, abuelos, niños, mixturados con entusiasmo, para fomentar baloncesto, patín, gimnasia artística, vóley, hockey, futsal, tenis, pádel.
Pero no se acaba con las zapatillas o las pelotas, continúa con los libros, los comedores, las ayudas a gente vulnerable, en el norte, las montañas y los valles, con esfuerzos, que consiguen donaciones, con la venta de productos manufacturados, reconvirtiendo amigos en camareros y conocidos en clientes.
Vender, comprar rifas, cualquier empeño es válido para que la esperanza crezca en una república donde seres con sensibilidad, y organizaciones sin ánimo de lucro -clubes, bibliotecas, centros culturales, cooperadoras de escuelas- aportan lo suyo para llegar allí donde el estado no solo no llega, porque no le importa llegar o porque está ocupadísimo llegando a un lugar que pocos conocen.
Se puede ver, yo lo vi, me lo cuentan, ciudadanos brindando a las infancias y adolescencia no solo desarrollo deportivo, cultural, artístico, sino también un espacio de contención, de enriquecimiento personal, de promoción de valores.
Este comentario está inspirado en una de esas voluntarias, quien asegura que el deporte argentino, como otras cosas en aquel país, es un milagro que tiene por protagonista a la pasión por ayudar.
Y es ella, Natalia, quien quería dedicarlo a "...aquellos que ya no están y han contribuido con su tiempo, trabajo, amor, al desarrollo de instituciones, dejando una huella, un legado que perdurará por siempre.”
No me atrevo a calificar a los que dirigen la República Argentina, pero estoy seguro de que muchos de quienes la habitan no son normales.
¿Excepcionales? Sí, eso es lo que son.