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El padre de Lamine, presidente del Constitucional

Por José Manuel Barquero
lunes 21 de julio de 2025, 06:00h

En España hay más perros que niños menores de catorce años. No unos pocos más, sino dos millones y medio más. Chuchos callejeros aparte, constan nueve millones de canes registrados, con su chip y su cartilla veterinaria, frente a los seis millones y medio de bebés, niños y preadolescentes que aparecen en el Registro Civil. Más allá del brutal cambio demográfico y social que esto implica, conviene detenerse en las causas.

De los 27 países de la Unión Europea, España ocupa el tercer lugar peor del ranking que refleja el desplome de la natalidad, un 38% desde 2008. Sólo estamos por detrás de Letonia y Grecia. La caída es generalizada, y afecta también a países con economías más boyantes que la nuestra, y a otros de fuerte tradición católica, como Irlanda, Polonia o Italia. Los únicos países que aguantan en tasas positivas son Malta, Chipre y Luxemburgo.

Por comunidades autónomas, la media de edad de la población aumenta más rápido en Asturias, La Rioja, Canarias, Castilla y León y Galicia, y más lentamente en Baleares y Murcia, con descensos de la natalidad en estas últimas más moderados, pero igualmente alarmantes (superiores al 30%). Por tanto, tanto en países como en regiones, vemos que la caída de nacimientos no tiene tanto que ver con la mayor o menor riqueza de los territorios, sino con otros factores como el acceso de la mujer al mundo laboral, el retraso en la edad de maternidad y las dificultades de acceso a la vivienda.

Además, existe una presión creciente, que se manifiesta especialmente entre la clase media y media-baja, que impulsa a los padres a ofrecer un bienestar, una educación y unas oportunidades a sus hijos superiores a las que ellos dispusieron. Esto vale una pasta. Las exigencias que se imponen a sí mismos muchos padres como proveedores materiales de su prole —o que piensan que les impone su status social— son cada vez más difíciles de soportar. Comparen el coste actual de las actividades extraescolares, deportivas, del ocio o de la ropa de un adolescente, con el de hace cuarenta años. Hay parejas que, tras una reflexión seria, renuncian a ese planteamiento vital. Las vacunas de una mascota son caras, pero menos que unas Air Jordan.

Siendo todo esto cierto, creo que la mayoría de análisis esquivan otra factor determinante en la decisión de miles de hombres y mujeres de renunciar a tener hijos. La paternidad/maternidad me parece hoy una tarea infinitamente más compleja de lo que era hace décadas. Es obvio que se mantienen los dos suministros mínimos e imprescindibles que posibilitan una infancia feliz: alimentos y amor. Y se hubiera que priorizar uno, es preferible que escasee el pan antes que el afecto. A edades tempranas, al cuerpo físico le quedan más años para nutrirse que al cuerpo emocional. Es más sencillo recuperar masa muscular que curar las anemias del corazón, que son más dolorosas y se manifiestan más tarde.

Y luego están los valores, y cómo transmitirlos. El altruismo sin límites, la generosidad mal entendida, puede empujar al «yo» a un pozo profundo y oscuro que deriva en una pérdida de autoestima, algo letal en un mundo tan salvaje y competitivo como el que vivimos, mucho más cruel que el que vivieron mis padres, por ejemplo. Lo mismo ocurre con el esfuerzo, con el sacrificio personal que se orienta hacia un afán por satisfacer las expectativas de otros, no las propias, y que puede llevar a unos niveles de autoexigencia que sólo conducen a la frustración. Y no hablemos de los modelos de éxito y felicidad que se muestran en las redes sociales, el acceso temprano al porno, la normalización del consumo de drogas en la adolescencia, el nivel de exposición pública de sus vidas…

Ya digo que todo esto me parece cada día más complicado de gestionar en las familias con las nuevas generaciones. Pero también puede ser que me está haciendo la picha un lío, que todo sea más fácil, que no haya que darle tantas vueltas a la educación de los hijos. Lamine Yamal ha celebrado su mayoría de edad con una fiesta de temática gánster, contratando personas con enanismo para animar el cotarro. Nadie le dijo que sí, que podía hacerlo, que podía ser divertido y que tenía pasta para pagar a cien cuadrillas de bomberos toreros, pero que era algo cutre, casposo e impropio de los valores que debería de transmitir una estrella del fútbol mundial a los millones de niños que le idolatran y quieren ser como él.

Y luego está lo de las «chicas de imagen», que son unas chicas muy guapas que, si así lo deciden ellas en el ejercicio de su libre albedrío, pueden dedicarse a otros menesteres con los invitados cuando se aproxima el epílogo de la fiesta. Todo un ejemplo de cómo debe relacionarse un joven triunfador y famoso con el sexo femenino, que para eso es ya el jugador mejor pagado del Fútbol Club Barcelona. Pero el padre de Lamine lo tiene claro, y ha declarado que si alguien piensa que su hijo ha hecho algo malo… «para eso están las comisarías». O sea, el Código Penal como compendio de los valores a trasmitir a un hijo. Es un poco lo de Conde-Pumpido con la Ley de Amnistía. Si no está prohibido, p’alante.

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