Conozco a Gustavo Matos hace tiempo. Su padre fue compañero en La Laguna en mi época de concejal. Lo considero una persona afable, educada y dispuesta a ayudar a quien lo necesite. En política, a veces, la solidaridad también consiste en eso. Ahora ha caído en las garras de la maledicencia, pero a quién no le ha pasado. Es una práctica que se ha implantado hace ya bastantes años, consecuencia de la excesiva polarización y que ahora muchos claman por que aminore. Todos la han utilizado, unos con mayor crueldad que otros, pero siempre ha estado ahí, dispuesta a llevarse por delante a la primera víctima con que se tropiece. En ocasiones es el fuego amigo, como le sucedió a mi querido Emilio Fresco.
Alguien dice que son las servidumbres colaterales de la acción política, pero la acción política no debería restringirse a eso. Matos es abogado y sabe lo que hace. Quiero decir que no es Koldo, aunque a este también le supongo la presunción de inocencia. Ahora he escuchado voces en las redes diciendo “yo sí te creo”. Pienso que estos no son los apoyos que necesita, porque sería equipararlo a una campaña que tiende más a defender la afinidad ideológica que la verdad jurídica. Esas posturas de arropamiento nunca son recomendables. Prefiero reconocerle los valores de integridad que siempre me ha demostrado a tener que hacer una defensa a ultranza con el único propósito de protegerlo de los malvados perros que vienen a morderlo.
Creo que va a ser muy difícil probarle algún delito, pero hay un daño mediático que ya se ha producido. Así que, haciendo ruegos porque estos métodos desaparezcan de una vez de la lucha partidaria, vaya por delante mi solidaridad y ni aprecio personal. Estas cosas hay que decirlas cuando son necesarias, y esta es una buena ocasión.