El artículo de Iván Redondo de en La Vanguardia no tiene desperdicio. Este hombre es capaz de fabricar un tapiz con pelos de rata, que ya se sabe que son escasos, muy cortos, y además sucios por arrastrarse por las alcantarillas. Hace un canto a los dos procesos históricos que nos han hecho desembarcar en la etapa de mayor felicidad política para nuestro país: la censura y la amnistía, haciéndonos ver que son las piezas claves para la recuperación de la convivencia. Lo que no dice es que esa convivencia se logra levantando muros y dividiendo a la sociedad como hasta ahora habíamos visto.
Redondo es capaz de la cuadratura del círculo con tal de justificar sus peregrinas teorías, pero esto es habitual en todos los demagogos. La revolución que nos ha conducido a esta situación es a costa del cuestionamiento del sistema político que nos condujo a una solución pacífica en 1978 y que se llama Transición. En aquel momento se produjo un pacto territorial y la Constitución fue votada de manera abrumadora, sobre todo en Cataluña. Ahora Redondo celebra el acierto de los constituyentes por permitir el procedimiento de la censura, tan democrático como cualquier otro, y colocando en la responsabilidad de los tribunales, la otra pata del poder, la aprobación de la Ley de Amnistía, que se presenta como la gran panacea para garantizar la legislatura de Sánchez.
No creo que sea así. La amnistía no garantiza nada. El cemento que une al pacto de investidura es impedir que la oposición acceda al poder, con amnistía o sin ella, que eso es lo menos importante. Claro que esto no es lo que dice Redondo, que lo remite todo a un Constitucional comprometido con los grandes valores del Ejecutivo, y que a la vez le intenta sacar las castañas del fuego, en una interpretación muy forzada de la independencia del poder judicial.
Redondo se despacha hoy con esta teoría, justamente cuando en Portugal los electores han mostrado su hartura frente a este tipo de políticas, y coincidiendo con unas declaraciones del otro Redondo, Nicolás, que está expulsado del PSOE y dice que lo peor que sucede en España es el silencio de los críticos de su antiguo partido que tragan con estas innovaciones, alejadas del ideario tradicional y de lo que antes eran líneas rojas. Iván Redondo se jacta de ser el diseñador de estas arriesgadas actuaciones y pretende pasar a la historia como el artífice de un futuro que se desmorona ante nuestras narices, como ha sucedido en el país vecino. Lo de Redondo son juegos de salón, con cálculos extraídos del laboratorio incierto de la sociología. Parece un gurú venido a menos.
Por el momento no ha explicado porqué fue cesado de sus altas responsabilidades siendo el creador de las más refinadas estrategias de la Moncloa. Da la impresión que está reclamando derechos de autor de algo que no consigue fraguar en la mayoría y que está llevando la política de Estado a una situación agónica. Él sabrá.