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Horas bajas para la democracia

Por Julio Fajardo Sánchez
martes 13 de mayo de 2025, 12:00h

Ignacio Sánchez-Cuenca escribe hoy un artículo en El País titulado “El grado cero de la democracia”, donde intenta explicar cuáles son las causas de la actual crisis del sistema por la que estamos atravesando. Me atrevería a decir que lo más grave de esta situación es que los actores responsables, la clase política, lo niega. Dice el articulista que hemos llegado a un exceso de horizontalidad donde “la mayoría de las personas quiere líderes que sean iguales a ellos”. Este es un deseo simple que siempre ha animado a las masas, que reclama la igualdad antes que someterse a la dependencia del poder, por más seleccionado que éste esté y garantice el gobierno de los más preparados. Afirma que “el representante es un servidor del pueblo, una caja de resonancia de las inclinaciones del electorado”, pero esto es solo un espejismo porque esas inclinaciones son previamente inducidas por las maquinarias que administran las ideologías.

En mi opinión se equivoca al culpar exclusivamente de estos modos a los inquietantes y amenazadores movimientos de la extrema derecha, porque todos se sirven de los mismos procedimientos. Entramos de lleno en un mundo participativo cuando en realidad se trata de aumentar hasta lo indecible los mecanismos de la manipulación. Los electores se sienten libres al disponer de esa amplia autopista de comunicación que son las redes sociales, sin darse cuenta de que se trata de un servidor para dar a conocer sus deseos más íntimos, que serán satisfechos por un líder manipulador, ya sea un vendedor del MAGA o milite en el woke más extremo.

Lo cierto es que la democracia, tal y como la hemos entendido hasta ahora, no responde a las prácticas actuales. Entonces habría que reconocer que está evolucionando hacia otros conceptos o está haciendo aguas estrepitosamente. En cualquiera de los casos se trata de algo alarmante. Un asunto que se convierte en escandaloso cuando todos lo niegan y esconden la cabeza bajo el ala. Quizá consista en aprovechar la mediocridad como base fundamental para el apoyo político, como el destinatario de un mensaje exitoso, para lo que sirve una tropa de mediocres dispuesta a difundirlo. Por eso el papa León XIV se ha dirigido a los periodistas para fijar su primera advertencia. También, por el mismo motivo, se alzan voces anunciando cismas, equiparando a Donald Trump con Enrique VIII y dejando a un lado a otros fantoches del autoritarismo.

No sé qué pensar. A veces creo que Lutero tenía razón, solo al considerar el progreso que alcanzaron los países que se acogieron a la nueva fe. Eso que en los EEUU llaman WASP (White Anglo Saxon Protestant). Sin embargo, WASP los hay por todas partes y poco tienen que ver con la crisis que nos lleva al grado cero de la democracia. El problema está en considerarlo una normalidad inevitable, y observar como una rareza el concepto que hemos defendido hasta hace pocos días, aunque a ciertos políticos se les llene la boca con la palabra.

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