Hoy se celebran manifestaciones pidiendo el fortalecimiento de Europa y en la prensa aparecen comentarios extraños que vinculan la pérdida de derechos al deterioro del espíritu de la UE. Quizá lo que sucede es debido a un exceso de exigencias normativas que las sociedades no están dispuestas a soportar. Alguien debería hacerse esta pregunta. Un artículo firmado por Marian Martínez-Bascuñán, en El País, emparenta esta situación con tres hechos insólitos que pasan a ser hermanados por su coincidencia en el tiempo: la elección del cardenal Prevost, el renacimiento de Farage y el primer intento fallido de constituir una gran coalición en Alemania. Quizá porque la coalición no es posible imitarla por estos lares. Del papa se dice que no es demasiado europeísta por haber nacido en Chicago, a Merz lo han dejado de votar los socialdemócratas alemanes y Farage no deja de ser una anécdota en las horas bajas del laborismo británico.
En fin, todo se ve según el cristal de Campoamor. No se entiende esta bajada de entusiasmo por el nuevo papa, al que se daba como sucesor de Francisco, que tampoco era muy europeo, según se dice ahora. ¿Qué está pasando aquí? Simplemente que el destino del mundo no está en nuestras manos y ya no nos invitan a la mesa del Señor, como si estuviéramos apestados por alguna extraña razón. En el eje del mal nombran a Orban, a Abascal y a Le Pen. Ya no incluyen a Meloni que está teniendo otro protagonismo en la escena europea, y ahora con el papa más. Todavía no sé si estaremos en la proclamación de León XIV o seguiremos sacando ese protocolo que hace al presidente incompatible con el Jefe del Estado. Según lo que leo me temo lo peor, porque ahora pretendemos abanderar un frente continental que no existe.
Hace un rato vi en la pantalla del móvil un video de Edith Piaf cantando Je ne regrette rien, y con su voz grave y contundente y sus enormes ojos azules me recordó a la política italiana y vi a una Europa sin fronteras desde que Aníbal cruzó los Alpes subido a un elefante. Luego me acordé del apagón y de nuestra desconexión con Francia y contemplo a una Europa que pierde derechos porque nos está perdiendo a nosotros. Ya ni siquiera nos queda el papa. Incluso hay quien ridiculiza el descubrimiento de que tiene ascendencia canaria por parte de madre. Volvemos a recitar el 2 de mayo, de Bernardo López García, una ripiosa composición para cantar a la excepción de nuestra gloriosa patria. Ignoro a dónde pretendemos llegar reclamando las virtudes de una situación cada vez más aislada y asfixiante. Igual que siempre, dando lecciones al mundo de cómo hay que hacer las cosas. Si el papa, Merz y Farage son el trío que representa las miserias europeas, qué nos queda. Pues ya saben…