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Reología y diálogo

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 25 de julio de 2024, 14:00h

Cada vez estoy más convencido de que nadie cabe perfectamente en la estructura teórica que pudiéramos denominar humanidad. No digo que haya desaparecido la condición humana -todo lo contrario-; quiero decir que el horizonte de la pluralidad de lo humano es tal, que difícilmente logro una definición capaz de acogerlo todo. Cuando alguien tiene la amabilidad de compartir contigo su biografía, su mundo interior, sus ilusiones y tragedias vitales, con su verdad concreta se abre un sinfín de realidades que rebosan cualquier continente teórico. La persona humana no cabe en una definción. O, si cupiese, siempre será una definición aproximativa. Somos siempre más de lo que imaginamos ser. Hay una dimensión de misterio en cada singularidad humana. ¡Con cuanta humildad hemos de elaborar los juicios que elaboramos para definir a alguien! Hay mucha más realidad en la realidad del otro, como nos muestra la herramienta filosófica de la Reología.

Esta es la base sobre la que se edifica la necesidad del encuentro interpersonal y del diálogo. Dialogar es la única manera de acercarnos a un conocimiento, siempre limitado, de las otras personas. Pero no los monólogos compartidos en los que, a veces, resumimos nuestras conversaciones. Me refiero a ofrecerle al otro la posibilidad de encontrarse con nosotros y establecer ese nivel de encuentro que realiza nuestro crecimiento personal y nuestro adecuado conocimiento mutuo. El diálogo verdadero comienza por la escucha en un ámbito de encuentro y de reconocimiento mutuo. Lo demás es puro monólogo. Puro discurso.

Un grupo de docentes compartíamos la semana pasada un rato de encuentro con motivo de despedida del curso académico. Compartíamos un sencillo brindis. No es lo mismo informarse de un compañero a través del portal ciencia, que recoge lo que ha estudiado y publicado, que sentarse a su lado y escuchar las inquietudes e ilusiones. Donde se define a un compañero de trabajo es cuando abre un poco su corazón y deja escapar lo que le ilusiona. El fin de semana pasado, por otro lado, acompañé a un grupo de personas que hicieron la experiencia del Viñedo de Raquel. Otra experiencia honda de reconocimiento de lo misterioso que es un ser humano y el cuidado con el que debemos elaborar los juicios.

Y, por si faltaba algo, como una cascada de salud, recibí cuatro imágenes en una red social que ponían la guinda al pastel. La primera, que abría la serie, decía Hablar evita suponer. Si pudiéramos hablar con Platón modificaríamos la mayor parte de los textos de historia d ela filosófia. La segunda imagen dejaba resonar que el Hablar propicia la calma. Cuántos juicios supuestos aceleran nuestro ánimo y agobian sin necesidad. Si no levantamos las piedras dormidas de nuestro interior, los bichos no desaparecen y nos tortura la hipótesis de la mala voluntad del otro. La tercera insistía en ello: Hablar quita dudas. El silencio inquieto es siempre cuna de culebras, muchas de ellas irreales de realidad concreta, que generan otra realidad que es la duda. Y, como trompeta final, la cuarta espetaba la clave del diálogo: Hablar evita que las relaciones se rompan.

Si fuera tan sencillo definir a otra persona, si respondiéramos a conceptos teóricos, si los juicios fueran tan evidentes como creemos, no existirían tantos conflictos. El diálogo es el camino de la paz y la concordia.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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