Sábado de reflexión. En esa actitud están en Andalucía, en Francia y en Colombia. Aquí el Tenerife está velando armas, en espera de su partido frente al Girona. Pues eso. Con la boquita callada aguardando los resultados. Los habrá para todos los gustos, y si los tuyos no ganan donde está previsto que no lo hagan, ya encontrarás un argumento para celebrarlo, o si no, te consolarás con lo que ocurre a miles de kilómetros, como mal menor, si es que ocurre. Esto de los bloques es una cuestión global, pero a la vez cambiante.
Sería complicado compaginar la preferente pertenencia a Europa con el supuesto crecimiento de Mèlenchon, que pretende todo lo contrario. Lo mismo pasa en América, donde no sabemos si conviene tener simpatías por los que se van o por los que se quedan, en el supuesto de que sean unos u otros. Todo esto que digo es para explicar que estamos en la gran tómbola del siempre toca, donde te puedes llevar el coche, la chochona o un caramelo de fresa que te endulce el mal trago de haber perdido la apuesta.
No quiero pensar más en eso porque mi obligación reflexiva me debe llevar a otros derroteros para distraerme de algo en lo que no voy a intervenir directamente, así que me he puesto a imaginar que los autores de los libros que me rodean son los amigos con los que dialogo. Hace un momento he estado con Goethe y su Wilhem Meister. Me ha remitido a Torcuato Tasso y a un texto en el que el protagonista ataca a un árbol con su espada, porque, según dice, tenemos la tendencia a matar a aquello que amamos. No creo que sea así, pero sería una forma de hallar las raíces de la violencia de género en la literatura italiana del siglo XVI, aunque pienso que eso es mucho más antiguo. De ahí le he ido a preguntar a Jorge Manrique y me he tropezado con unos versos amatorios que vienen a decir que se pierde el tino cuando el alma se enamora, y en esa enajenación se nos van muchos controles por el camino.
Así dice del amor: “Y en hallándome cautivo/ y alegre de tal prisión/ ni me fue el placer esquivo/ ni el pesar me dio motivo/ de sentir mi perdición”. Ninguna de estas cosas que digo me servirá para orientarme, porque mañana mi voto no decidirá nada en ninguna parte, y hoy se me tiene prohibido influir en el de los demás. En cualquier caso emparento todo lo que escribo concluyendo que no debemos estar enajenados por la pasión cuando se trata de dirimir las cosas importantes. Otro asunto es el deseo, y ahí sí que creo tenerlo claro. Haré presión para que gane el Tenerife, porque, en el fondo, estoy convencido de que esos pequeños triunfos locales son los que nos satisfacen plenamente.
Esta mañana fui a la gasolinera y, con el descuento, me levantaron 82 euros. Esto no se arreglará de un día para otro, ni las urnas lo van a solucionar. Lo de la luz no lo entiendo, así que sea lo que Dios quiera. Me preguntan si tengo tarifa regulada o libre, y cada vez que intentan explicármelo me convenzo más de que es igual una cosa que la otra. Si el toro tiene que cogerte, te cogerá de todas maneras. He ingresado en la edad del escepticismo y me da igual quien me gobierne.
Lo único que pido es que no lo haga un tonto, pero no porque el resultado vaya a ser mejor ni peor, sino porque así me evito la frustración de estármelo repitiendo durante cuatro años. Ya conozco las terapias para conseguir que no me haga daño. Me las enseñó hace tiempo una psicóloga muy simpática y agradable. Se trata de aplicar la lógica a unas preguntas que tengo que hacerme, así que traslado las circunstancias de mi felicidad a mi propia responsabilidad. Es igual que en la mili, cuando te enseñaban el orden abierto y tenías que resolverlo inquiriéndote: ¿a dónde? ¿por dónde? ¿cómo? y ¿cuándo? antes de dar un salto.
Es fácil. Luego hay personas que actúan de forma irresponsable y fanática y la cagan sin que tú tengas culpa de ello. Las que provocan las guerras y encima te las hacen perder. En esas estoy. Lo mejor será dejar los libros un ratito y ponerme con Khachaturian en Spotify. La suite Gayaneh me relaja mucho. Sobre todo el adagio.