Marlaska no miente, lo que pasa es que Conchita asegura que no dice la verdad.
El problema es que en la parte española no había ningún médico que certificara la supuesta muerte de un inmigrante, y, ya se sabe, administrativamente, si no existe ese testimonio facultativo, la muerte no se ha producido. Además, ahora no disponemos de un cadáver para hacerle la autopsia y comprobar si realmente estaba muerto o era un simple estado de catalepsia.
Pasa lo mismo con aquellos desgraciados que caían víctimas del Covid y no figuraban en las listas del doctor Simón porque no se les había hecho una PCR.
En esa seguridad de juez, siempre sometido a las pruebas, se desenvuelve el ministro. El problema es que nadie lo entiende; que no hay un solo grupo dentro de la cámara, salvo el socialista, que lo crea; que hasta El País, que está en un consorcio periodístico que suministra la información audiovisual de lo ocurrido en Melilla, no da un duro por su verdad. Incluso hoy, en su editorial, califica su actitud de empecinamiento.
Esta sería una de tantas desgracias personales que le han costado la cabeza a un miembro del Gobierno, pero, al hacer éste causa común con su representante en Interior, la cuestión se agrava y es el Ejecutivo, y sobre todo su presidente, quien se queda en una situación bastante comprometida.
Melilla y Marruecos han sido asuntos mal gestionados por Pedro Sánchez. El giro con la política del Sahara no ha sido explicado y, además, no es del agrado de los grupos que lo apoyan. Se podría decir que por ninguno. Algún día sabremos lo que ocurrió ahí. Por ahora parece ser algo inconfesable, tan inconfesable como lo que provocó que las tropas españolas se retiraran de lo que considerábamos una provincia. La única evidencia es que, a partir de ese momento, Sánchez y Biden resolvieron su situación de proxemia, y dieron suelta a que sus manos se acercaran más allá del abrazo, cuando hasta hacía bastante poco nuestro presidente era tratado como una mosca cojonera.
Yo no creo que Marlaska se vaya del Gobierno, porque ninguno de los socios hará la presión suficiente para que lo haga. Se pondrán los dedos en sus narices y dejarán que todo siga su curso hasta que se agoten los plazos. A nadie le conviene. El PSOE lo resolverá echándole la culpa al PP, sin darse cuenta de que cada vez que lo hace éste sube en las encuestas. La última de Michavila le da 141, uno más de los que tiene previstos Iván Redondo para gobernar, que, desde el otro lado, se interpreta como la cifra a la que tienen que llegar los socialistas para mantener a Sánchez en el poder. Los que hacen las cábalas no tienen en cuenta quién está más cerca, hoy por hoy, de llegar a esa barrera.
En fin, ayer hubo bronca en el Congreso, pero se quedó en nada. La lavadora está rota y puede seguir renqueando hasta el final aunque la ropa no quede tan blanca. ¿Para qué hacer el gasto de cambiarla? Para lo que resta está bien como está. La cuestión está en sopesar si el personal de fuera, el que no es de nadie, está dispuesto a tragarse estas situaciones como si nada estuviera pasando. Pedro está jugando a Pedro y el lobo, y ya se sabe cómo termina ese cuento. ¡Qué más da Marlaska! Marlaska es lo de menos, y su imagen desoladora, en medio de un banco azul escandalosamente desierto, denotando la soledad abandonada de un náufrago, no es más que la situación personal de alguien invadido por la desgracia. Lo que hay detrás es mucho más grave.
En la intimidad, Jorge Javier, mal que le pese, le preguntará a Conchita, y ésta, dejando pasar unos segundos de suspense, responderá con toda contundencia: ¡Miente!