La resistencia a la melancolía cultural
Por
Juan Pedro Rivero González
jueves 12 de noviembre de 2020, 06:00h
¿Quién no ha escuchado alguna vez aquel canto flamenco de la desgracia de María de la O? Lola Flores le ponía alma a la tristeza cuando lo cantaba.
«María de la O, que desgraciadita
gitana tu eres teniéndolo todo.
Te quieres reír y hasta los ojitos
los tienes morados de tanto sufrir.»
Cualquiera hubiera supuesto que la tristeza y la melancolía existencial es consecuencia de la privación y la carencia. En este caso una pena de amor. Cualquiera pudiera pensar que no se puede estar triste teniéndolo todo. Pues ya se ve que no es así. Tener de todo, cuando falta lo importante, no es la causa del gozo y del bienestar.
No hace mucho que me presentaron un análisis de las imágenes que salen en los medios de comunicación. Se trataba de mirar los rostros de los niños del tercer y del primer mundo de manera comparativa. Resulta que la sonrisa, el juego, la alegría compartida está más presente en el tercer mundo que en nuestro entorno. En otro juego de análisis me ofrecieron los rostros de múltiples modelos mostrando diseños nuevos de autores afamados. No me había fijado en el rostro de enfado y crispación con el que muestran los modelos que visten. Siempre los había visto así y suponía que era parte del marco expositivo. Pero me llamó la atención que no me hubiera llamado la atención. ¡Qué serios y serias!
No puede ser que teniendo tantas cosas nos domine socialmente la melancolía. ¿Qué le falta a nuestra sociedad? ¿Cuál pudiera ser la clave de resistencia a la melancolía cultural dominante? A María de la O ya sabemos, le faltaba el amor humano de gitano que dejó por el engaño de un payo. Pero ¿y de que amor carece nuestra cultura para estar envuelta en la melancolía?
Tal vez alguno me diga que es un principio no contrastado, que parto de una afirmación no verificada, que no sé porqué afirma la universalidad de la melancolía. No sé si hará falta un análisis sociológico para alcanzar esta afirmación con la que nos encontramos casi a diariamente. Pero, por si acaso, nos pudiera ayudar el estudio de Juan María González-Anleo titulado “¿Es feliz el hombre de hoy? Sociología de la felicidad”. Si no, acudamos a cualquier librería de un centro comercial: ¿Acaso se venderían tantos libros de autoayuda de ser una sociedad feliz? Es lo paradójico, teniendo casi de todo. Pero como a María de la O, en el fondo del fondo, lo que nos falta para ser feliz es el amor.
Estamos hechos de esa manera, capaces de amar y ser amados. Y últimamente no se nos está educando en el amor, ni se nos está promoviendo la capacidad de amar. Y como le decía el Principito a la Rosa, no es lo mismo amar que querer.
Hasta que no nos desposeamos y aprendamos la gramática de la gratuidad, el amor se nos va a resistir. Por eso, es por lo que los pobres del mundo nos enseñan a ser felices, aunque no tengan de todo, porque en su exclusión y vulnerabilidad no han perdido la capacidad de amar y dejarse amar con el verbo en mayúscula, protegiéndose mutuamente.
Lo que nos decía el Informe Foessa: “Somos una sociedad sin vínculos”. “(...) qué desgraciadita gitana tu eres teniéndolo todo (...)”.
Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife
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