Según el diccionario de la R.A.E una isla es “una porción de tierra, rodeada de agua por todas partes” Nos señala igualmente, que dentro del concepto, existe una extensión para denominar a las Islas Canarias y a las Baleares y así las denomina como “islas adyacentes”. Puntualiza que dentro de esa denominación se encierra una “pertenencia a”. Lo de archipiélago ya es secundario, puesto que simplemente tenía que haber una definición para entender mejor lo del conjunto de islas que suponen estos rincones españoles.
Hubo en algún momento de la historia que, lo de la pertenencia, no se entendía muy bien y así surgió el movimiento independentista canario. Afortunadamente o tal vez sin tanta fortuna -hay opiniones encontradas al respecto- todo aquello pasó y hoy en día caminan junto a los designios de la madre patria. Eso en lo que corresponde a Canarias, pero en el otro archipiélago, también ha existido este tipo de pensamiento separatista aunque más cercano a la actualidad. Y, siempre bajo el amparo de las tesis catalanistas. Sin embargo, nunca se oyó hablar las islas afortunadas refiriéndose a las islas del Mediterráneo. Ese enunciado se guardó para las Atlánticas. Se podría entender que lo de la fortuna, no va en relación con el hecho de querer separarse políticamente del País, que les ha dado cobertura, desde los años de sus respectivas conquistas.
Entonces, ¿lo de afortunadas -hablando de las islas Canarias- a qué se puede atribuir? Tal vez sea, lo de estar a más de tres mil kilómetros de distancia del ruido a sables que se han ido produciendo en la historia de la España continental. O puede que sea por el hecho de que sus peculiaridades climáticas, le confieren un paisaje de jardín subtropical y por ende una creencia de que el vivir en estas tierras tiene que conformar un placer indescriptible a sus habitantes.
Sea lo que sea, así se considera a estas islas, aunque quienes vivimos aquí, aun viviendo bien, no tengamos esas mismas sensaciones. Al menos no, de una forma absoluta. De hecho, el pasado 30 de mayo, hemos celebrado el día de las Islas Canarias, como lo venimos haciendo desde que se instauró la democracia, y muchos canarios nos planteamos qué es, o debería ser, lo que realmente celebramos. El que seamos un archipiélago, no creo que sea, porque eso no es algo nuevo y jamás se había hablado de elevarlo a celebración. El que seamos una Comunidad Autónoma, podría ser, pero en esto habría que discernir sobre quien debería ser el protagonista real a la hora de tirar de la cuerda de una hipotética cucaña: ¿la parte política o la propia ciudadanía?
Lo que parece seguro es que desde los estamentos gubernamentales se le da bastante bombo y platillo a este día conmemorativo de la Nacionalidad Canaria. Que, en lo del título hay potencia, no hay duda alguna. Pero además de eso, hay publicidad, y fiestas populares que sirven para lo de casi siempre: “pan y fiesta”. Quienes ejercen la política y ocupan cargos de relevancia, se dejan ver por los medios de comunicación con sonrisas y amabilidad. Sus discursos hablan de unidad y canariedad hasta dar asquito. No se me malinterprete pero siempre me queda la duda, oyendo lo que se dice, y viendo lo que se hace o piensa.
Vale que se nos hable de unidad, pero cuando debajo de una magnífica prenda camisera, se deja ver una camiseta del color de su propia isla, todo cambia. La canariedad es un concepto que se goza y se sufre, pero si solo sirve como argumento político para alcanzar fines partidistas, deja de tener sentido. Y aquí sí que cabe lo de ser afortunados, puesto que la propia insularidad nos confiere a los canarios un pozo de incredulidad que consigue que dudemos de quien nos adula sin venir a cuento. Aunque algunos crean que nos gustan los piropos -que puede ser que alguien se deje deducir por ellos- a la gran mayoría de canarios y canarias, nos ponen en guardia y hace que ese “sexto sentido” actúe como vigía para ver el “andar de la perrita”[1]. Una vez detectada la “otra posible realidad”, se suele actuar con contundencia y se borra el nombre del archivo memorístico. Es, realmente, pues, una fortuna ese “filtro socarrón” que nos viene de estar acostumbrados a vivir de forma aislada: suspiramos hacia dentro, aunque nos vean mirando a los celajes.
Cada día treinta de mayo, los canarios, como he anotado, celebramos nuestro día grande y le cederemos el protagonismo a quienes han hecho poco o nada -de todo ha habido- por la tierra que ahora les permite estar en primera línea de foto en los actos conmemorativos. Pasadas estas fechas, seguiremos igual que el día antes a la celebración. La sanidad seguirá siendo cosa de otros aunque figure alguien como responsable en la puerta del despacho. Las carreteras, tal que si fuera una mamá preocupada de que sus bebés se caigan al correr, continuarán sirviendo para retener a un número de conductores en ellas impidiendo que se muevan con la soltura requerida. Los puertos, se verán vacíos porque un grupo de responsables no serán capaces de asumir su incapacidad. Los espacios naturales seguirán siendo esquilmados por gente de fuera con la aprobación de quienes tienen que velar por lo de todos. La infraestructura hotelera continuará creciendo en su categoría de cinco estrellas, para poder dar cabida a clientes de mochila que vendrán en vuelos de bajo coste, por no tener suficiente dinero para costear otro tipo de vuelos. Los de la isla de enfrente seguirán diciendo que en la otra, se invierte más que en la propia y los de la propia, continuarán reclamando que el gasto no está bien repartido entre todas las islas. Y a este grupo, se unirán otro número de islas que no saben lo afortunadas que pueden estar siendo por no ser las capitalinas. Hay muchas cosas más para poner en entredicho el concepto de afortunadas que le da título a este artículo de opinión, pero al releer lo que voy escribiendo, me resulto cansino. Así que daré por válido el sobre-nombre y sonreiré a la vida por haberme colocado en esta bendita tierra. Un lugar donde he aprendido a valorar lo inmediato pensando en que, en un futuro, todo pueda mejorar.
Valoro la naturaleza variada en la que vivo y respiro. No echo de menos la luz que otros tienen en determinados días del año, porque yo la tengo casi cada día. Vivo en una tierra deseada por turistas a los que, en ocasiones he tenido la oportunidad de ir conociendo y aprender a ver mi propio paisaje a través de sus ojos. Me baño en playas, charcos y piscinas naturales limpias, y poco saturadas. Gozo y disfruto de una gastronomía que aunque diferente, llena los deseos de propios y extraños. Todo esto y algunas cosas más, sirve para sentirse afortunado. Todo eso es verdad; pero también lo es, el que sigo viendo que vivo en una isla. ¿Tendrá esto alguna relación con ser o no ser afortunado?
[1] “Ver el andar de la perrita” es una expresión canaria que sirve para expresar que se desea esperar a ver cómo se suceden los hechos antes de actuar o tomar cartas en un determinado asunto.