Ante todo y a modo del auto-perdón de los pecados, haré un ejercicio de contrición, por si lo que he escrito, pudiera molestar a alguien. Nada más lejos del objetivo que se persigue; que no es otro, que plantear una reflexión sobre lo que creo que se puede hacer desde nuestra Iglesia y merece un análisis.
Si alguien ha tenido la oportunidad de visitar la Plaza de San Pedro en el Vaticano, entenderá mejor de lo que hablo. Pero, incluso sin salir de su propia casa o zona de convivencia, ya se capta la situación sin hacer un esfuerzo sobrenatural. Nuestra Iglesia, es un Ente de aparente solvencia económica. Incrementada, además de con los recursos propios -públicos y privados-, con los depósitos provenientes de un gran número de feligreses que entendían que era mejor donar sus propiedades a la institución sagrada, que a sus propios familiares. No deja de ser curioso que nuestra religión habla de perdón de los pecados, pero sin embargo, admite que le lleguen valores económicos desde lo más recóndito de las últimas voluntades de algún ser vivo que entiende que su familia, los de su propia sangre, no son merecedores del perdón de lo que le hayan hecho y de ahí que les castigue con no tocar ni un duro de lo que es suyo. ¡Amén! Las propiedades con las que cuenta la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica, parece que se tornan difícil de cuantificar. De vez en cuando, alguien trata de hincarle una colmillada, pero siempre sale algún argumento bien expuesto que impide tal investigación. Aun así, se piensa que es mucho. ¡O tal vez más! ¿Y, qué se hace con todo ese patrimonio? Según parece, y/o se nos dice, que sirve para llevar la paz espiritual a quien no goza de ella.
Una vez, le pregunté a un sacerdote, que me permitió el atrevimiento de la preguntita, que si el valor económico de la Iglesia nos pertenecía a todos los cristianos al estar bautizados bajo su creencia, si se podría conseguir un aval bancario para un crédito con otra entidad bancaria distinta al “Banco del Vaticano” para la compra de una propiedad. O, si se podría conseguir un crédito a coste cero de dicho banco. La respuesta no la capté mucho. Mientras llega la respuesta entendible, iré buscando las soluciones crediticias por mi cuenta.
No obstante, me preocupa -se sabe que a la Iglesia también- que exista la miseria que nos rodea. La cantidad de gente que deambula por las calles de cada una de nuestras ciudades, buscando su comida entre los contenderos de basura. Siempre que veo zaguanes y cajeros habilitados como dormitorios urbanos donde conseguir pasar la noche antes de que, en alguna de ellas, dejen de preocuparse por esa necesidad; me pregunto, cuantas propiedades tendrá la Iglesia deshabitadas que podrían tener ese fin social. Voy a aprovechar que vivo en Tenerife y que tengo entendido que existe un gran edificio conocido por “las oblatas” para preguntarle al Ilmo. Señor Obispo de la Diócesis Nivariensis -así de rimbombante se llama la de Tenerife- si ha contemplado la posibilidad de dedicar ese gran espacio a dar cobijo a tanta gente que lo pasa peor que el resto de los mortales. Yo he tenido la ocasión de verlo por dentro y podría asegurar que cabría gran parte de la gente que está en la calle. Tendría, además, espacio para comedores donde preparar y darles de comer, jardines donde pasear su tristeza y su dolor. Hay espacio hasta donde, tal vez, se podría enseñar algún tipo de oficio a quien esté en capacidad de aprenderlo y conseguir salir de su particular pozo. Seguro que en los alrededores del Vaticano, también habrá algún sitio más seguro, que los soportales que rodean su plaza.
Estoy absolutamente convencido de que, si en todo el territorio de nuestro País, la Iglesia, apoyados por la cantidad de gente que hoy se muestra cercana a los principios morales que nos enseñan desde niños, pusiera parte del patrimonio y su interés, a disposición de ese bien social, seguramente el cambio que veríamos sería fácilmente apreciable desde el balcón de nuestras viviendas. Es muy lastimoso ver vagar a tanta gente por las calles que, por más que caminen, se sabe que no llegarán a ninguna parte.
Siempre recordaré a un sacerdote de mi niñez que para recaudar dinero para la construcción de lo que hoy es un gran conjunto arquitectónico de la ciudad de Santa Cruz, le dedicaba un momentito al finalizar su eucaristía, para haciendo uso de una pequeña libreta ir nombrando a las familias que iban haciendo sus magníficas aportaciones -también mencionaba, aunque de soslayo y con cierta “retranca” a quienes esa semana se habían “dormido en los laureles”-. Esa obra se terminó, y hoy cuenta entre sus muros con una gran sala a modo de Iglesia, un tanatorio en sus bajos y una aparente hermosa casa del sacerdote que para sí la quisiera más de alguno de los que aportó dineritos. ¿Pensó, el clero, en tener en ese espacio un rincón dedicado a dar de comer o cobijo a la gente menos pudiente? O hubo despiste, o tal vez la zona no fuera la “ideal” para ver a gente sin hogar. ¡Pobreza y chalets, no hacen juego!
La realidad es que parece que la casa de Dios, tiene puertas grandes y puertas chicas, y en el devenir de los tiempos, nadie de los que en ella mandan, se ha parado a pensar en cómo acabar con la pobreza marginal en la que muchos de nuestros conciudadanos están involucrados. ¿Están nuestros gobiernos aplicando, ya, el 0,7% para atender esa maldad que tanto daño produce? La pobreza, en cualquier caso, es una cuestión de más instituciones y no tenemos que desviar nuestra responsabilidad hacia alguna ONG que atiende esas otras necesidades. De una Santísima vez, la Iglesia, debería involucrarse abiertamente y en profundidad en ese objetivo. El día en el que el Vaticano, se declare en quiebra por haber atendido a quien lo necesita, seguramente, se estaría mucho más cerca de ser la auténtica Iglesia que nos enseñaron que había proclamado Jesucristo. No quiero pensar, ni por un momento, que alguien se pudo inventar toda la bondad que ese personaje de nuestra historia cristiana, para recaudar y llegar a formar parte de lo que hoy se conoce como “la gran banca”. Las lecciones que nos dan de pequeños, se nos quedan grabadas en la memoria y terminan convirtiéndose en las grandes dudas en nuestra etapa madura. “Jesucristo echó a los mercaderes del templo (Mateo, 21:12)…” ¿Volvieron después con ideas renovadas? “Jesucristo demostró caridad en cada uno de sus actos y pidió a sus seguidores que transmitieran lo mismo (Lucas 10:30-37)” ¿Cómo casa esa enseñanza con la ostentosidad que hoy se observa en muchos de los templos y propiedades de la Iglesia y en la actitud de algunos de sus “primeras espadas”?. Mateo nos habla de… “porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber… (Mateo 25:35-40)” Mateo no dejó claro que debiera ser con el peculio propio de Iglesia, por lo que habrá que rebuscarse en los bolsillos para poder seguir proclamando la palabra Divina. De momento, llenemos el templo de flores porque la casa de Dios, ha de lucir bien bonita. ¿Somos Iglesia? Quien duerma en la calle, puede que también lo sea. Si nos preguntáramos si la Iglesia podría hacer más, y la respuesta fuera afirmativa, este artículo tendría sentido. ¿Se puede hacer más?