Después del encendido oficial y festivo de las luces de la calle y tras la celebración de la Noche en Blanco, ¿qué nos queda ya? Aquella fiesta no es la Fiesta, sino el inicio de un tiempo para preparar la Fiesta. Y por el esplendor del comienzo, la fiesta que esperamos celebrar debe ser tremenda. Si por la víspera se conoce al santo, ¡cómo no será el santo cuya víspera fue el despliegue increíble que hemos experimentado el pasado fin de semana! Si la luz del inicio del tiempo de preparación a la Navidad ha sido tan hermosa, ¡cómo de hermosa no serán las próximas fiestas de la Navidad!
Por eso, a partir de este próximo domingo, en el recogido interior de la expectativa navideña, nos queremos vestir de esperanza. Y sentir que lo importante se prepara, no se improvisa. Que la mesa de Navidad se prepara, no se improvisa. Que la alegre fraternidad de esos días de memoria y regocijo se preparan, no se improvisa. Y el tiempo de Adviento nos prepara para todo ello. Durante cuatro semanas, encendiendo cuatro luces progresivas, iremos vistiéndonos de esperanza para alcanzar la mayor de las sorpresas imposible de imaginar: que Dios haya entrado en la historia para manifestarnos lo extremado de su amor.
Natividad, nacimiento, navidad…Lo importante no se improvisa.
Habrá que barrer bien el polvo acumulado durante el año, haciendo borrón y cuentas nuevas para despertar a la novedad que se precisa. Habrá que triturar los rencores insanos y tirar al fuego las inútiles envidias que vician las relaciones. Habrá que preparar la ropa nueva para sentarnos a la fiesta coloreándonos con los tonos de la esperanza.
Si has llegado hasta aquí, puede que estés sintiendo que lees un exceso de romanticismo emotivo pre-navideño. Un sentimentalismo turbio e inútil en medio de un mundo lastimado por las guerras y de una sociedad marcada por la crispación estratégica. Y hayas dicho que hoy me ha podido la fugacidad de la ternura comercializada en películas te época. Que le falta garra y texto contundente que promueva la transformación de la realidad y el cambio de posturas insolidarias.
Pues perdona si no me he hecho entender aún. Porque no hay mejor y mayor potencia transformadora en la historia que corazones esperanzados. Y que los colores de la verdadera revolución son los que revisten de esperanza los acontecimientos. La debilidad vulnerable de un pesebre solo podrá transformar el individualismo insolidario con los birretes de la esperanza. Sin esperanza la lucha es un ciego golpeo de una piñata de cumpleaños que, a base de golpes sin precisión, hace peligrar a quienes contemplan. Aun vendados, nuestra energía nace de la esperanza de acertar en el golpe.
Vestirse de esperanza es necesario. Pero solo es posible si hay motivos. Y la preparación debida será lograr encontrar dónde se esconden los motivos que posibilitan el brillo en la mirada y la serenidad en el corazón. Sin esperanza, ¡qué triste será a vida! Díganme ustedes si alguien comienza a estudiar sin la esperanza de que aprenderá y podrá usar profesionalmente lo aprendido.
Si encuentras el motivo, allí mismo encontrarás cómo vestirte de esperanza.