No sabes lo que me gustaría tener uno de esos caniches blancos para sacarlo a pasear por las calles planas de La Laguna, amarrado a una cinta extensible. Me encantaría pararme en una esquina, o bajo un balcón, para hablar con otro conciudadano de nuestras cosas mientras las respectivas mascotas hablan de las suyas. Supongo que les importaría poco la política y comentarían sobre la marca de los friskies que les damos para merendar. Hacerse a la vida de los perros es amoldarse a la existencia suave y sin complicaciones de los animales de compañía.
En casa hay gatos. Esos no se dejan amarrar. Solo tienes que enseñarles a hacer sus necesidades en la arena que le tienes preparada para que no molesten. Pero son muy independientes y debes advertirles de que no se escapen y no se asilvestren, porque así se están jugando la vida. Jugarse la vida por la libertad es un lugar común.
Las plazas están llenas de estatuas de héroes que sucumbieron por ese motivo. Yo ya estoy bastante mayor para hacer esas cosas, pero mi edad me permite advertir a los demás que aquellos que atentan contra la vida de nuestras mascotas, también estarían dispuestos a hacerlo con la nuestra, llegado el caso. Se puede matar en defensa de, pero siempre será una manifestación del extremismo próximo a las dictaduras de izquierdas o de derechas, que tanto da. Me aterran las justificaciones de los que eliminan gatos o guardias civiles. No me gusta esa gente.
Hoy he visto una foto en Facebook de dos mujeres hablando bajo la luz del atardecer. Una tiene un perrito que anda husmeando el suelo de la calle. Me inspira mucha paz pensar que luego irán a la casa y ella se pondrá a ver la tele y el perrito se echará a sus pies para comunicarle, a su manera, que no está sola. Saldrá algún gilipollas en la pantalla para decir las tonterías de turno, pero ella se irá adormeciendo suavemente, y así hasta el día siguiente, en que la luz la despertará a la hora exacta para poner las croquetas en el comedero. Me acuerdo de la tía de Joan Manuel Serrat, regalándole veinte duritos para meterlos en la hucha de la Caixa y así aprender a ahorrar.
Esta es la calle. En los bares se discute sobre las mentiras de Sánchez o de Feijoo. Hay alguien que está lejos de la realidad y les confieso que no sé quién es.