El Gobierno presidido por Pedro Sánchez podrá gobernar con presupuestos ´propios´ a partir del uno de enero del 2021. Después de lo que ha implicado tener que gobernar durante 2019 y 2020 con los presupuestos del último Gobierno de Rajoy, esta última semana el Congreso de los Diputados bendijo las Cuentas Públicas del Estado para el próximo ejercicio. Matemáticamente nadie puede cuestionar el éxito cosechado por la coalición de gobierno PSOE-Unidas Podemos, consiguiendo que 189 diputados respaldaran el instrumento más importante del que dispone un Gobierno para desarrollar sus políticas y sus compromisos programáticos. En la votación presupuestaria Pedro Sánchez ha visto crecer en más de dos decenas el número de diputados que a principios del presente año respaldaron su investidura; sin duda, todo un éxito político personal y partidario.

El objetivo a conseguir por Sánchez estaba meridianamente claro: tener unos Presupuestos que le permitan canalizar los recursos que vienen de Europa, desarrollar las políticas comprometidas por su Gobierno y asegurarse —sin zozobras— el control de los tiempos de la presente legislatura. Sin embargo, no está tan claros los objetivos y la estrategias de las diez formaciones políticas que se sumaron al respaldo de los Presupuestos presentados por el Gobierno de Sánchez e Iglesias. Es muy probable que una buena parte de las formaciones políticas que han apoyado las cuentas del Estado persigan más objetivos ideológicos-políticos a medio y largo plazo que determinadas partidas presupuestarias territoriales. En la foto de los que han apoyado los Presupuestos del Estado aparecen formaciones políticas cuyo único objetivo es ver reflejado en los mismos inversiones con las que ayudar en sus respectivos territorios a mejorar el bienestar de sus vecinos; en este bloque estarían: Teruel Existe, Nueva Canarias y el Partido Regionalismo Cántabro —el apoyo de Más País hay que contextualizarlo en el ADN ideológico de esta formación política—.

En este escenario, da mucho para la reflexión política el posicionamiento del PNV —no por ser lo habitual debe pasar desapercibido— el del PDeCAT y, muy especialmente, los movimientos de ERC y EH Bildu. Dos partidos mueven sus fichas en ese espectro ideológico de centro-derecha, pero con clara vocación independentista: el PNV y el PDeCAT. La vocación independentista del Partido Nacionalista Vasco continúa intacta. Su tradicional discreción y moderación en las relaciones con los partidos que gobiernan en Madrid —PP o PSOE— sólo fue rota en un corto espacio de tiempo que coincidió con la presentación del Plan Ibarretxe; todo lo demás ha sido conseguir ventajas económicas para Euskadi y avanzar discretamente en el fortalecimiento de su autogobierno y de la autonomía fiscal —avanzan hacia la verdadera independencia de este siglo—.

El movimiento de apoyo a Sanchez del PDeCAT, los discípulos de la antigua Convergencia de Pujol y Artur Más, les hace retrotraerse a las posiciones estratégicas colaboracionistas con el gobierno de Madrid de turno hasta la fiebre por la ruptura con el Estado que comenzó en el 2013.

A la estrategia del PNV y a la del PDeCAT de evitar la confrontación directa con el Estado se han sumado otras dos formaciones políticas con indisimulada vocación independentista: Ezquerra Republicana de Cataluña y EH Bildu.

Algo se puede estar moviendo sigilosamente en el tablero político español. Los hechos —o la casualidad— está dejando bien a las claras a los independentistas que contra los poderes del Estado no podrán conseguir sus objetivos rupturistas. También los hechos —y en este caso no la casualidad—- están evidenciando que en un posicionamiento político colaboracionista con el actual Gobierno de España se avanza en cuotas de autogobierno que cada día les hace menos dependientes y más independientes. Los partidos independentistas podrían haber descubierto esa vía para avanzar en sus objetivos: ¿la intuirá también en algún momento Pedro Sánchez?