El término “Estados Unidos de Europa” fue usado en reiteradas ocasiones por Víctor Hugo, incluido en un discurso en el Congreso Internacional de la Paz que tuvo lugar en París en 1849 y después en la Asamblea Nacional Francesa el 1 de marzo de 1871, desde entonces se han desarrollado varias versiones del concepto a lo largo de los siglos, muchas de las cuales han sido mutuamente incompatibles (inclusión o exclusión del Reino Unido, unión religiosa o laica, etc.).
A Dahrendorf le preocupaba que en la Unión Europea se estuviera ampliando la brecha entre la imagen y la retórica grandilocuente, por un lado, y la realidad mucho más prosaica de su funcionamiento, por otro. Asimismo, le inquietaba que en el camino de la integración los ciudadanos estuvieran perdiendo derechos que él no veía recogidos en aquel Tratado. El sociólogo tendía a ser suspicaz con los procesos de internacionalización de las decisiones, pues a menudo éstos acaban comportando una pérdida de control democrático. Sabía que el Parlamento Europeo no mediaba entre la UE y los individuos, algo que sigue pasando y que parece que no tiene solución con el actual orden europeo.
El estadista Robert Schuman, reputado hombre de leyes y Ministro de Asuntos Exteriores francés entre 1948 y 1952, considerado uno de los padres fundadores de la unidad europea, y que fue quién, en cooperación con Jean Monnet, elaboró el célebre Plan Schuman, anunciado el 9 de mayo de 1950, fecha que hoy se considera el día de nacimiento de la Unión Europea, propuso el control conjunto de la producción de carbón y acero, las materias primas más importantes de la industria de armamentos. La idea de partida era que, sin el pleno control sobre la producción de carbón y acero, no es posible librar una guerra.
La Unión Europea nació, por lo tanto, con el anhelo de acabar con los frecuentes y cruentos conflictos entre vecinos que habían culminado en la Segunda Guerra Mundial. En los años 50, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero fue el primer paso de una unión económica y política de los países europeos para lograr una paz duradera. Sus seis fundadores fueron Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. Ese período se caracterizó por la guerra fría entre el este y el oeste. Las protestas contra el régimen comunista en Hungría fueron aplastadas por los tanques soviéticos en 1956. En 1957 se firmó el Tratado de Roma, por el que se constituyó la Comunidad Económica Europea (CEE) o "mercado común".
Miren Etxezarreta Zubizarreta, doctora en economía e intelectual de izquierdas estrechamente vinculada a los movimientos sociales, y desde el año 2007 Catedrática Emérita en Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, dice: “Desde su origen, la UE es un proyecto del capital”, “La Unión Europea es, desde sus orígenes hasta la actualidad, el gran proyecto del capital europeo. El corazón de la Europa del Capital es la búsqueda del máximo beneficio, y no la persecución de la justicia, la solidaridad, la libertad o la relación armónica con el entorno”.
El presidente del Parlamento Europeo (PE), Martin Schulz, socialdemócrata alemán, pidió hace veinte dias en Berlín altura de miras a nivel comunitario para encarar con determinación el futuro de la Unión Europea, “Estamos en la fase en la que debemos luchar por Europa”, (bonita frase, vacía de contenido, nivel de miras, ¿de quién? ¿de los que pagamos los elevados sueldos de los que gobiernan Europa?, o ¿de los que tienen capacidad para convertir a la U.E. definitivamente en una Europa de los ciudadanos?).
En opinión de Schulz, es necesario abordar un debate sobre el camino que deben tomar las instituciones europeas una vez se ha confirmado el deseo de Reino Unido de abandonar Europa, “¿Queremos la renacionalización o estamos listos para asimilar una confederación democrática de Estados?, “Estamos en una fase decisiva en la que creo que debemos luchar por la idea de Europa y en eso consiste fundamentalmente mi principal tarea”, (sin decir si tenía una sola idea de cómo luchar), “somos la envidia del resto del mundo no sólo por nuestra fuerza económica, sino también por nuestros privilegios democráticos y tenemos que preguntarnos si merece la pena luchar por eso”, a la vez que reconocía que el funcionamiento de los organismos europeos distaba de ser perfecto y, en este sentido, apuntó que no todo lo que se acordaba en el papel se conseguía llevar a la práctica.
O sea sigue existiendo, tal y como previó Dahrendorf la brecha entre la imagen y la retórica grandilocuente, por un lado, de los que viven agarrados a las ubres europeas y las defienden a capa y espada y por otro la realidad mucho más prosaica de su funcionamiento, que sufrimos los ciudadanos europeos de a pie.
¿Por cuánto tiempo?