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Cuento de Navidad

Por Julio Fajardo Sánchez
jueves 18 de diciembre de 2025, 10:03h

Compró un CD con las variaciones Goldberg, de Juan Sebastián, en una de esas tiendas que ya estaban cerrando cuando todavía no se había retornado al vinilo. Era de color rojo y no entendió por qué esa música tenía que venir envasada en un tono tan encendido. Hacía poco le habían regalado un librito acompañado de un disco con un aspecto parecido donde venían las piezas preferidas por Marcel Proust, o al menos eso era lo que decía en el título. El pianista se llamaba Glenn Gould. Era canadiense, de Toronto, tenía un cuerpo como desarmado y su cara puntiaguda recordaba a la de un babuino. Tarareaba lo que tocaba al piano y esto distraía bastante, pero a la gente le gustaba y el dueño de la discográfica debió pensar que esa característica favorecería las ventas. Luego consiguió un video donde Gould se mostraba encorvado sobre el teclado, desarreglado y moviendo sus labios al compás de sus manos. Le pareció original y diferente, aunque en realidad se trataba de un intérprete fuera de serie.

Bach compuso la obra para un conde ruso y lo más importante, según decían, era que calmaba el insomnio de uno de sus discípulos, Goldberg, que la tocaba cada noche antes de dormir. De esta manera se fue familiarizando con la obra y ya no sabía cuáles de las catorce arias le gustaban más, si las pausadas, donde las notas caían lentamente como un goteo de agua fresca, o las que se precipitaban igual que una cascada mientras los dedos corrían alocadamente sometidas a las órdenes del pentagrama.

El año que conoció a Natalia no le habló de su pasión por Bach hasta llegada la Navidad en que decidió regalarle el disco con las variaciones. Pensaba que no se iba a resistir ante la belleza del contrapunto y la diversidad de los cánones. Es más, si viera a Glenn tan aparentemente débil y desamparado seguro que le provocaría uno de esos sentimientos de protección que la haría aficionarse a su música para toda la vida. El CD venía envuelto en un papel dorado con una cinta roja. Ella no supo lo que era hasta que lo abrió, pero la primera impresión que sufrió es que se trataba de poca cosa.

Natalia no estaba preparada para escuchar a Bach y él no se dio cuenta hasta que vio en su rostro un mohín de rechazo cuando lo metió en la disquetera y comenzó a sonar. El niño Jesús que estaba a los pies del árbol también lo notó. Tenía unos pequeños ojos de cristal que brillaban con las luces intermitentes que caían como racimos sobre las hojas verdes de papel rizado. Las bolas temblaron y el ángel que estaba en la cúspide se estremeció. Todo ocurrió en un instante. Todavía sonaba Jingle Bells en el aparatito chino que venía incorporado a las pequeñas bombillas cuando ella salió de la casa. Hacía tiempo que se estaba viendo con un rapero que la hacía suspirar cuando agitaba las manos marcando el ritmo de su voz gangosa.

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