www.canariasdiario.com

La alegría que despierta el mundo: amor como respuesta

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 18 de diciembre de 2025, 06:00h

Hay escenas que pasan inadvertidas pero que contienen una verdad profunda sobre quienes somos. Basta observar una plaza al atardecer: niños que juegan sin haberse leído ningún manual de convivencia, vecinos que intercambian unas palabras desde la puerta, músicos callejeros que llenan un instante de belleza inesperada. Son pequeños signos de que la vida comunitaria continúa latiendo, a veces contra todo pronóstico. En estos días, al encender las velas de la corona de Adviento -en casa o, ojalá, en una celebración parroquial- descubrimos que hay luces que no buscan iluminar techos, sino realidades humanas.

La tercera de ellas es la alegría, simbolizada tradicionalmente por una vela distinta, más festiva, que recuerda que incluso en tiempos de incertidumbre la vida tiene momentos que invitan a celebrar lo esencial. La alegría a la que nos referimos no es euforia de consumo ni entretenimiento de usar y tirar. Es una forma de serenidad activa, una confianza en que la vida merece ser acogida con gratitud. Es el gesto de quien mira a su alrededor y reconoce que, pese a los problemas, siguen existiendo vínculos que sostienen: la familia, los amigos, la comunidad, el barrio, los afectos que no se negocian.

En un contexto social marcado por la prisa, la ansiedad y la sensación de agotamiento colectivo, la alegría se vuelve casi revolucionaria. No es una anestesia, sino un motor de humanidad. Una sociedad que pierde la alegría se vuelve cínica; una que la cultiva se vuelve solidaria. De ahí que esta tercera luz tenga un valor social: revitaliza la convivencia, disminuye la agresividad, favorece la creatividad y estimula el encuentro.

La cuarta luz, la última del camino, es la del amor, pero entendida no como un sentimiento pasajero, sino como un principio de vida. Amar significa comprometerse con el bien del otro; reconocer que todos formamos parte de algo más grande que nuestros propios intereses. Implica cercanía, dedicación y una forma de responsabilidad que transforma a quienes la practican. El amor social -ese que se expresa en el voluntariado, en el cuidado de los vulnerables, en la defensa de la dignidad humana- es la fuerza que permite que una comunidad siga siendo comunidad.

Cuando encendemos esta cuarta vela, algo interesante sucede: las otras tres cobran sentido. La esperanza se orienta hacia alguien; la paz se vuelve fecunda; la alegría se comparte. Y el amor se convierte en la síntesis de todas las luces, en una invitación a vivir de manera más humana y, por tanto, más luminosa. No importa si encendemos la corona de Adviento en la intimidad del hogar o en la celebración comunitaria del domingo: el gesto dice lo mismo. Cada vela es una palabra dirigida al mundo, una declaración silenciosa de que todavía creemos en un futuro más habitable. En tiempos de dureza social y cansancio emocional, estas cuatro luces -esperanza, paz, alegría y amor- no son un adorno: son una propuesta.

Quizá la verdadera revolución empieza en gestos así: pequeñas llamas que no se imponen, pero que invitan. Y que nos recuerdan que el mundo cambia cuando quienes lo habitamos elegimos encendernos por dentro.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios