Es posible que usted, estimado lector, interprete que mi recurrente atención a los problemas médicos sea algo interesado, y tengo que decirle la verdad, no se equivoca.
Me preocupa mucho la salud, algo parecido a lo que pasa con amigos, personas que quiero, o gente que conozco, que me cuentan problemas relacionados con enfermedades, el modo en que las padecen o las luchas que entablan para remediarlas.
Además, para que negarlo, siempre viví rodeado de batas blancas, propias y cercanas, intentando entender -a veces sin conseguirlo- los motivos que hacen que los profesionales, cada mañana, cumplan con el rito de prepararse para sanar, intentando no desalentarse cuando no lo consiguen o al comprobar que las luchas no terminan frente a virus, bacterias o tumores.
Por desgracia todavía no existen tratamientos para todo, allí están ciertas patologías que superan el conocimiento actual u otras que, sin ser enfermedades específicas, se le parecen, como el desaliento, o los tropiezos con la incomprensión, falta de sensibilidad o improvisación de gestores incapaces de darse cuenta de que la sanidad necesita ajustes.
Precisamente por eso los médicos, tras movilizaciones y ausencia de diálogos, han convocado una huelga que se realizará entre los días 9 y 12 de diciembre.
Y me gustaría, justificando que soy parte interesada, demostrar que esta medida de fuerza no solo va a beneficiar -probablemente- a los médicos, sino también a los pacientes, aunque cueste creerlo.
Intentaré explicarme: si el seguimiento es masivo, es posible que venza la resistencia de una doctora que antes anestesiaba y hoy mutó a ministra, supongo, -es una impertinencia por mi parte asegurarlo-, adormeciendo los principios y anhelos que sostenía cuando de verdad curaba, que son los mismos que sus colegas reclaman.
Por tal motivo, los sindicatos médicos animan a la profesión a participar de las jornadas de lucha, esperando de ese modo conseguir un Estatuto del Médico por el que vienen clamando, interpretando que pondría fin a la situación extrema que padece el Sistema Nacional de Salud.
Parece mentira que tengan que ser los propios médicos quienes tengan que explicar a una colega la importancia de negociar con la administración sus propias condiciones.
Los que mandan, no quieren darse cuenta de que las cosas están mal, que los médicos emigran a otros países, que se marchan a la sanidad privada, que no pueden seguir soportando la sobrecarga asistencial.
Me consta que las agendas con las citas no merecen ese nombre, parecen aquellos listines de teléfonos de otras épocas, con un calendario donde las esperas... ¡ay las listas de espera!
Todo por culpa de plantillas insuficientes, contratos temporales que se perpetúan como castigos bíblicos, “apreturas” en los servicios de urgencia, que fomentan quejas, gritos, controversias con los asegurados, incluso amenazas que a veces pasan a llamarse agresiones.
Por eso van a la huelga, también, no lo ocultan, por dinero, porque han perdido en los últimos años poder adquisitivo, calculan que un 30% desde el 2009.
Intentan explicarlo en los medios, pero no todos escuchan, no consiguen el altavoz que tiene la ministra. Si miles de doctores, por ejemplo, se manifiestan un domingo, en Madrid, frente al ministerio, viajando desde todos los puntos de España en una jornada interminable, la repercusión es casi nula.
En cambio, el acto, convocada a la misma hora por la “contrincante”, es recogido por decenas de micrófonos, consiguiendo amplificar un mensaje repleto de mentiras.
Es en este punto cuando intentaré demostrar lo más difícil, utilizando una especie de viñeta que me hicieron llegar los facultativos, que por cierto, por una vez, están más que unidos.
¿Por qué esta huelga, que va a tensar la asistencia y los derechos que tienen los usuarios, no solo va a beneficiar a los médicos, sino también a los pacientes?
En esas jornadas, desde el 9 al 12 de diciembre, todos, en principio, van a perder, los médicos dinero, los pacientes 4 días sin atención, traslados frustrados, rabia, demoras.
Eso lo saben quienes quienes gobiernan, por eso todavía no dijeron cuales son los servicios mínimos que se deberán cubrir, generalmente superlativos.
Conocen el desgaste, aunque lo miren desde lejos, lo único a lo que aspiran -son políticos- es a que la gente no “padezca” una enfermedad infecto-contagiosa, del tipo de las que erupcionan a la hora de votar.
Como queda dicho no consiguen los doctores explicar a los pacientes que ni unos ni otros tienen la culpa, que la situación actual no puede ser peor, que la sobrecarga de trabajo y las incertidumbres de futuro no solo resienten la calidad de la atención, sino que enferma a los responsables de curar.
Si el paro tiene éxito cambiarán las condiciones, la atención será más segura, con más tiempo para atender cada consulta, y -soñar no cuesta nada- el médico volverá a ser lo que siempre fue, alguien que genera confianza.
El paro persigue revertir las malas políticas, mejorar las condiciones de atención a los usuarios, para que al final, volvamos al principio que inspiró el títulos de la columna: parar unos días para curar mejor.