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Sergio del Caño

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 15 de noviembre de 2025, 05:00h

Alguna vez conté en este lugar que, durante años, mientras duró su emisión, fui un escucha entusiasta de un programa de radio excepcional, que en las madrugadas, desde la ciudad de Córdoba, República Argentina, difundía muy buena música y enorme literatura.

La diferencia de horario me permitía disfrutar de grabaciones, y tanto me conmovía “El Vagabundo de las Estrellas” que, cuando su difusión cesó por jubilación del responsable, pretendí -con inusitada audacia- rendirle un homenaje.

De tal forma, me dediqué a redactar algo que fue creciendo y con el tiempo se convirtió en novela, en realidad en una biografía novelada.

Tras múltiples correcciones, cambios, entrevistas, y encuentros frustrados, el proyecto concluyó en un “revoltijo” de textos pretenciosos, que me llevaron al desaliento.

No conseguí traducir lo que rodeaba al espacio, una especie de comunidad que vinculaba insomnes con el locutor, capaz de leer novelas, cuentos y poesías “mejorando” la propia creación, gracias a la interpretación propia de un lector privilegiado.

Los oyentes llamaban para pedir, felicitar, agradecer, compartir, y lo hacían con generosidad inusitada.

De ese modo conocí el nombre de Sergio del Caño, colaborador incansable del espacio, aportando, a veces quejándose por las canciones, estableciendo “pugnas” con “el vagabundo” Jorge Marzetti.

Al final las casi dos horas de buen arte se hacían cortas, y en las ondas permanecían los ecos de quienes, sin saberlo, constituían una familia que compartía las mismas huellas en trozo del código genético, aquel encargado de favorecer la sensibilidad.

Un día, el presentador anunció que Sergio ofrecía al público dibujos de su autoría, dando un número de teléfono a los posibles interesados en adquirirlos.

Eran tiempos de pandemia, tenía previsto viajar a la República pero debí suspender el viaje. Le escribí, diciéndole que, cuando fuese, le compraría una de sus creaciones; aunque no lo conocía, era como si lo conociese.

A partir de ese momento se estableció una corriente de afecto entre ambos, y a fuerza de intercambios de “Whatsapp” nos fuimos contando cosas, hasta que en uno de los viajes, nos encontramos.

Me dejó para su lectura una novela inédita, le compré tres dibujos y le presenté a dos sobrinos, que regresaron a sus casas cargando sus respectivas obras.

Así pasaron años, lo volví a ver en dos ocasiones más, siempre gracias al puente de la correspondencia digital, a veces con textos que se quedaban cortos, y otros en que parecían excesivos y provocaban ciertas discrepancias.

Supe de sus trabajos y ocupaciones, de su experiencia, de su vocación autodidacta que lo acercó al arte de la pintura, de la literatura.

Escribió, pintó, mucho, sin embargo, aunque las musas no le fueron esquivas, no consiguió la trascendencia suficiente como para poder vivir, o disfrutar de las letras o los colores, a pesar de que lo intentó.

En las últimas semanas inauguró una exposición en la sala María Castaña, situada en la calle Tucumán 260 de la ciudad de Córdoba.

Lo sé porque compartió conmigo fotos y detalles de la instalación, de cómo estaba dispuesta la muestra, de sus expectativas, de sus ilusiones.

Y cuando ya estuvo todo listo. me mandó un mensaje: “Daniel: Te espero el miércoles 5 de noviembre. Vas a estar allí, no vayas con gorra, La sala es amplia y mis cuadros prolijos, arte delicado, minucioso, con muchos detalles, trabajo quirúrgico. Ninguna pincelada “al voleo”, fui un orfebre con el pincel...”

Agregaba más detalles: “Será mi última exposición, ya no pinto y muestro lo que quedó de 150 obras. Ojalá venda algo y algún medio de comunicación muestre mi arte. No pretendo más... “

“Mis nietas verán lo que hacia su abuelo soñador escuchando de noche a Marzetti. El hombre me embriagó de poesía y fue fácil pintar. Te muestro el humilde catálogo, Serán 19 piezas.”

Al día siguiente, temprano, a pesar de la diferencia horaria, me interesé por el acontecimiento, el como y lo cuantos del estreno.

Le pedí detalles, como si fuese un cronista de la inauguración.

Se mostró desanimado, al menos así me lo pareció; por un lado feliz por lo conseguido “con 3 pinceles y 7 colores”, por el otro, dolido, la gente no acudió como esperaba, porque, según sus propias palabras, “... se mueve muy despacio por túneles que rara vez ven la luz”.

Aunque la luz ya está hecha, a veces es difícil, mucho, verla, sobre todo cuando intenta iluminar espacios culturales, que permanecen en la sombra, intento tras intento.

Estamos lejos, muy separados, no puedo hacer mucho para promocionar dibujos y pinturas, pero no sería ocioso advertir a los lectores de Córdoba -Canarias Diario llega lejos- que un tipo sorprendente está mostrando su obra, de momento, con poco éxito.

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