Dice un pensador que el hambre es la mayor de las injusticias, es verdad, totalmente inhumano que hoy en día se padezcan hambrunas y falta de alimentos, no sólo en los países llamados del tercer o cuarto mundo, sino también en nuestras ciudades o pueblos. Las colas del hambre se ven cercanas, son ya una compañía que nos interpela.
La segunda sinrazón es la falta de vivienda, ese lugar acogedor que nos protege no sólo de las inclemencias del tiempo, sino de cualquier ambiente hostil, dándonos seguridad personal y familiar. Es el mejor refugio, la trinchera más segura, siendo a la vez un abrigo emocional o físico. Su escasez o no contar con una vivienda digna es un verdadero drama social que desenmascara, indistintamente, desigualdad, injusticia y abandono por parte de los que tienen la obligación de proveerlas a la sociedad.
Tiene que ser una prioridad tangible, porque cuando hay miles de peticiones, sólo de viviendas sociales y el gestor o gestora pública, anuncia a bombo y platillo, para su autocomplacencia, la construcción de apenas unas cuantas viviendas, es la burla rampante como forma dañina de hacer política.
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