UNA DEFENSA DE LA INFANCIA, LOS CUERPOS Y LA VERDAD MATERIAL.
El feminismo radical no nació para agradar. Nació para decir lo que muchas no podían, para romper estructuras. Y hoy, sigue haciéndolo. Su crítica al transactivismo no es un capricho. Es una defensa. Del cuerpo, de las niñas, de la ciencia, de la ética. Vamos por partes.
Defensa de los menores: cuando la identidad borra la protección
El feminismo radical alza la voz frente a una realidad alarmante: el aumento de menores, especialmente niñas, que son medicalizadas por expresar malestar con los estereotipos de género. No estamos hablando de casos aislados, sino de un fenómeno global, acelerado por redes sociales, influencers y discursos institucionales que afirman que un cuerpo sano puede estar "equivocado".
Los tratamientos para “afirmar la identidad” —bloqueadores hormonales, testosterona, mastectomías en adolescentes— no son reversibles. Son intervenciones de por vida. Y muchas veces, sin evaluar trauma, abuso, autismo o simple incomodidad con una feminidad impuesta.
¿Qué son los bloqueadores de pubertad? Los bloqueadores de pubertad son fármacos que interrumpen el desarrollo hormonal natural de niñas y niños, deteniendo la aparición de caracteres sexuales secundarios. Se presentan como “reversibles”, como una pausa. Pero no es tan simple.
Están diseñados para casos muy concretos de pubertad precoz, no para tratar la disforia de género. Su uso en menores sanos con desarrollo normal es experimental. Y eso lo reconocen incluso organismos internacionales de salud.
Entonces... ¿por qué se usan cada vez más?
Buena pregunta. La respuesta no es médica. Es política. Y es económica
Como denuncia la periodista Jennifer Bilek, detrás del aumento exponencial de diagnósticos de disforia de género hay una red de intereses empresariales: farmacéuticas, clínicas privadas, inversores en biotecnología, lobbies ideológicos y redes sociales que promueven una narrativa donde el cuerpo es un error corregible.
Los bloqueadores de pubertad no son baratos. Y generan pacientes de por vida
Al detener el desarrollo sexual, se facilita el paso a tratamientos posteriores: hormonas cruzadas, cirugías, dependencia médica continua. Lo que empieza como algo “reversible” termina siendo una transición médica irreversible y altamente lucrativa.
Efectos secundarios: lo que no se dice:
• Pérdida de densidad ósea.
• Los huesos no se desarrollan como deberían. Riesgo de osteoporosis prematura.
• Infertilidad. Aunque no se diga abiertamente, el uso continuado de bloqueadores seguido de hormonas cruzadas puede dejar estéril a una persona antes de haber madurado sexualmente.
• Afectación neurológica. La adolescencia es un periodo crítico para el desarrollo cerebral. La interrupción hormonal puede tener consecuencias en la capacidad cognitiva, emocional y afectiva.
• Anorgasmia y pérdida de función sexual. Muchos adultos jóvenes que fueron hormonados en la infancia o adolescencia relatan haber perdido cualquier tipo de sensación erótica. Algo que nadie les advirtió.
¿Y lo peor? Muchos de estos efectos se están documentando ahora, porque hace apenas una década que se empezó a usar masivamente este tipo de tratamientos en menores sanos.
El feminismo radical no lo permite. Ni una niña más con el pecho amputado por huir del sexismo. Ni un menor más esterilizado en nombre del género.
Razones políticas: quién gana, quién paga
Jennifer Bilek, periodista estadounidense, lo dice sin rodeos: “Follow the money”. Sigue el dinero. Porque el transactivismo actual no es un simple movimiento social, sino una industria. Una red de intereses farmacéuticos, tecnológicos y filantrópicos que promueve una visión del cuerpo como algo que debe ser intervenido, modificado, optimizado.
¿Quién financia la promoción del transgenerismo? Fundaciones privadas, Silicon Valley, clínicas de transición. ¿Quién se beneficia? Las mismas corporaciones que venden bloqueadores hormonales, cirugías, nuevos mercados de identidad.
La Ley Trans, impulsada por Podemos, se aprobó en 2023 con un discurso de derechos y libertad de identidad. Pero tras esa fachada progresista, emergen sospechas de conflicto de intereses y negligencia hacia la infancia.
Vínculos políticos y económicos. Varios cargos y asesores cercanos a Podemos y al Ministerio de Igualdad tienen conexiones con ONG, asociaciones transactivistas y clínicas privadas que impulsan estos tratamientos.
Bajo el lema de “libertad de identidad”, Podemos ha promovido una ley que beneficia a la industria médica y farmacéutica, silencia a expertos críticos y exponencialmente aumenta los riesgos para la infancia. Las preguntas éticas y políticas siguen sin respuesta.
La periodista Jennifer Bilek ha investigado cómo el transactivismo global se entrelaza con intereses corporativos, y España no es la excepción.
Y ¿quién paga? Las mujeres. Las niñas. Las clases trabajadoras. El feminismo radical denuncia esta forma de colonización biomédica del cuerpo humano, con especial énfasis en el cuerpo femenino.
Razones científicas: el sexo no se siente, se observa
El feminismo radical se basa en una visión materialista de la realidad. El sexo no es una identidad, es una característica biológica con implicaciones políticas: las mujeres somos oprimidas por nacer con cuerpo de mujer, no por sentirnos como tal.
El transactivismo propone que el género (sentido interno) debe primar sobre el sexo (realidad física). Pero esto borra la categoría de "mujer" como base para la lucha feminista. Si “cualquiera que se sienta mujer” lo es, ¿cómo se lucha contra la opresión específica que viven las mujeres reales?.
Además, no hay evidencia científica sólida que avale la eficacia a largo plazo de las transiciones infantiles. Lo que sí hay es un creciente número de detransicionadores que denuncian haber sido empujados por un sistema que prefería hormonar antes que escuchar.
Razones éticas: la verdad importa
Hay algo profundamente ético en decir la verdad, aunque duela. Ningún niño nace en el cuerpo equivocado. Ninguna mujer tiene pene. Nombrar la realidad no es odio. Es compromiso.
El feminismo radical entiende que hay personas que sufren, que sienten disforia, que necesitan apoyo. Pero eso no implica ceder la categoría política de “mujer” a una identidad sentida. Ni aceptar que niñas con malestar sean tratadas como si tuvieran un error biológico. Ni borrar espacios no mixtos, deportes femeninos, datos desagregados por sexo.
Ética también es poner límites a las modas ideológicas cuando hay cuerpos en juego. El feminismo radical no está contra personas trans. Está contra un sistema que borra el cuerpo, convierte la identidad en mercancía, y vulnera los derechos de mujeres y menores. Y si hay que incomodar para proteger, se incomoda.
Antonella Aliotti
Feminista Radical y Antirracista Defensora de la Casa Común Activista de DDHH y Sociales