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¿Qué quieren los españoles?

Por Álvaro Delgado
martes 01 de agosto de 2023, 00:00h

No resulta fácil deducir qué quieren los españoles para su futuro político después de los dos recientes procesos electorales. En las elecciones locales y autonómicas del pasado 28 de mayo, a las que no se presentaba Pedro Sánchez, dieron un claro voto de castigo hacia su persona. Dos meses después, presentándose el actual Presidente como cabeza de lista del PSOE por Madrid, el castigo parece haber sido para sus rivales políticos. ¿Qué podemos deducir de estas dos decisiones aparentemente contradictorias?

Es lo que el librepensador Jano García ha llamado “la esquizofrenia española”, sorprendido de que quien ha perdido las elecciones se presentara la noche electoral con la euforia del vencedor, llamándole poderosamente la atención que vivamos en una sociedad que no penaliza la mentira; que es capaz de votar al tipo que se apoya para gobernar en los que asesinaban a los compañeros y militantes de su propio partido; a la que no importa que asalten la Justicia o los demás contrapoderes del Estado, ni que campen a sus anchas los okupas, ni que se libere a abusadores sexuales de las cárceles, ni que se indulte a condenados por dar un golpe de Estado, ni que se condene a hombres por interesadas denuncias falsas; que se desentiende de la masacre fiscal que sufre cualquier trabajador; que sucumbe a una Ley educativa que no distingue el aprobado del suspenso y que, en definitiva, acepta que la vida quede reducida a una insulsa conexión al subsidio estatal.

¿Qué errores han cometido los partidos de la derecha para que esta esquizofrenia se manifieste crudamente en tan breve plazo de tiempo? En cuanto al Partido Popular, pienso que ha cometido unos cuantos. El primero de todos, no alcanzar a comprender la actual situación de extrema polarización de la sociedad española, presentando un candidato moderado, conciliador, desideologizado, amante del diálogo con sus oponentes y que trata de apelar al razonamiento colectivo en una sociedad tremendamente excitada por la propaganda y las emociones. Lo que en cualquier otra época o país del mundo sería encomiable, en la España del 2023 parece resultar bastante contraproducente. Además, Feijóo compró a la izquierda el marco mental en el que se disputaba la contienda, escondiendo al electorado sus probables pactos con Vox en lugar de explicarlos con luz y taquígrafos, detallando a los españoles las aristas del partido de Abascal que se habría encargado de limar y las líneas rojas que, como partido mayoritario, no le permitiría traspasar. Sus absurdos complejos, inducidos por el interesado relato de la izquierda, le han acarreado una inútil victoria.

Frente a un rival sin escrúpulos morales que ha pactado con Bildu, ERC, la CUP, el Rey de Marruecos y quien haga falta, Feijóo parecía avergonzarse de tener que pactar con los únicos que podía hacerlo, algo tan legítimo como los pactos de Sánchez. El volantazo de la extremeña María Guardiola fue la guinda a esa estrategia desconcertante. La naturalidad y sinceridad con la que Isabel Díaz Ayuso gestionó en el pasado sus acuerdos con Vox debería haber enseñado el camino correcto al líder de los populares. A quien, en cualquier caso, debe reconocerse el mérito de subir 47 escaños en un solo año al frente del partido, cuando Sánchez ha gobernado sin pasar nunca de 123.

En cuanto a Vox, ha quedado demostrado que -demonizados por esa izquierda que desentierra cada tres meses la guerra civil- produce más miedo a muchos españoles que las exigencias de los herederos de ETA o los golpistas catalanes. Su falta de habilidad para suavizar racionalmente los cuatro mensajes invendibles de su programa político les ha causado ser repudiados por una mayoría social que decide las elecciones. Incapaces de imitar la inteligente senda de moderación de su adorada Meloni, o la seguida por Sumar sustituyendo a Podemos y al arisco Iglesias por una rubia simpática que sonríe y se relaja planchando, su empecinamiento en pisar callos en materia de feminismo, inmigración, europeísmo o políticas autonómicas les ha colocado, para muchos españoles, en la zona de aislamiento dedicada a los tipos peligrosos que pretenden suprimir derechos ciudadanos.

No lo tendrá fácil el aventurero Sánchez para reeditar y mantener su gobierno Frankenstein. La pérdida del Senado y de la mayoría de Ayuntamientos y Comunidades, su precariedad en el Congreso y los afilados colmillos con que le esperan quienes pretenden sacar tajada de sus apoyos le harán vivir más que nunca en el alambre de sus ocurrencias, que no dejarán indiferentes a muchos barones de su partido. La deteriorada situación económica y las demandas europeas de recortes y contención del gasto harán el resto. El sorprendente pueblo español, azuzado por la izquierda, ha impedido que Feijóo gobierne con Vox. Evitada la tenebrosa conspiración ultra, ahora disfrutaremos de lo que nos exijan los grandes demócratas Otegi, Junqueras y Puigdemont.

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