Ha sucedido lo que nunca imaginé, y no me refiero a la invasión de un país por un vecino megalómano. La secretaria general de Podemos ha hecho una declaraciones de las que nadie en su sano juicio puede discrepar. Dice Ione Belarra que enviar armas a Ucrania “no es la medida más eficaz para que el conflicto acabe cuanto antes”. Claro, alma de cántaro, la mejor decisión para que cesen hoy mismo los bombardeos sería entregar esas armas a Rusia, enviar tiritas a Kiev y poner allí a gobernar un títere de Moscú. Te acostumbras a tomar por idiotas a tus votantes y hay un momento que ese camino no tiene vuelta atrás.
Y luego está Pablo Iglesias alertando en las tertulias de los peligros de fomentar el heroísmo entre la población civil. Es el mismo individuo que se emocionaba al ver las imágenes de un perroflauta pateando la cabeza de un policía nacional en Madrid. Aquello era un ejemplo de resistencia popular, pero los civiles ucranianos empuñando armas frente a un ejército invasor constituyen una provocación innecesaria que no se debe aplaudir porque solo traerá males mayores. Esta vez la incongruencia es tan obscena que una parte de su partido, la que conserva un mínimo de vergüenza, ha decidido no cabalgar una contradicción tan insultante para el sentido común y tan lesiva para sus intereses electorales.
Esa deriva absurda de la izquierda radical se demuestra en el número menguante de sus apoyos desde 2016, cuando superó los tres millones de votos. ¿Había entonces en España más de tres millones de comunistas que de repente salieron del armario? No, había muchos electores de izquierdas decepcionados con el PSOE, y otros tantos desencantados con un sistema que no les ofrecía soluciones. Primero fue enseñar la patita autoritaria, con su culto al líder y sus purgas internas. Luego ceder a la irresistible atracción de lo burgués, con sus chalets y sus niñeras. Y entonces la sangría de votos se hizo imparable. Yolanda anda buscando un flotador para saltar de un barco que se va a pique mientras Ione e Irene siguen dirigiendo su orquesta de sordos, tan felices ellas.
En ese mismo punto álgido de la ola demoscópica que conoció Podemos está surfeando hoy VOX, con millones de españoles cabreados con el PP, no sin razón, y encantados con un partido que propone un manotazo sobre el tablero de juego para que salten todas las fichas y ordenarlas de otra manera. Frente a la palabrería podemita ya advertimos hace unos años cómo funcionan las ideologías radicales y a dónde conduce tontear con el populismo autoritario. Los elogios a la figura de Putin, tan compleja en algunos aspectos y tan simple en otros, son la mejor prueba de cómo en ocasiones los extremos se tocan.
Sé que hay gente de bien a la que le molestará reconocerlo, pero en España las justificaciones -o explicaciones torticeras- de la invasión de Ucrania que se leen en las redes sociales provienen mayoritariamente de votantes de Podemos y de VOX. Esa manera de repartir culpas -unos hacia la OTAN y otros hacia los burócratas de Bruselas- recuerda un poco la teoría de la minifalda: van como van, y luego pasa lo que pasa. Putin ya venía advirtiendo del problema, y ante tanta provocación al hombre no le ha quedado más remedio que bombardear una central nuclear para que lo tomemos en serio.
Ese deslumbramiento ante el liderazgo duro de un hombre de acción -lo contrario a un maricomplejines liberal o socialdemócrata- une de raíz a una parte del electorado de Podemos y de VOX. Y no solo eso: la censura de los medios de comunicación críticos, el cuestionamiento de la separación de poderes, la reforma de las leyes electorales para evitar la alternancia en el poder … Por increíble que parezca, todo lo que ha hecho en Hungría la extrema derecha de Viktor Orban -el mayor fan europeo de Putin- forma parte del ideario neocomunista integrado en Podemos.
Putin simboliza el último refugio de dos nostalgias paralelas: la de los soviets y la del fascismo. Ridiculizar la democracia liberal, menospreciar los consensos asimilándolos a la debilidad, cuestionar el orden internacional que ha traído el mayor periodo de paz y prosperidad en la historia de Europa, conlleva graves riesgos cuando tienes en frente a un autócrata sin escrúpulos.
Todos hemos acudido alguna vez a una fiesta acompañado de buenos amigos con la intención de pasarlo bien. Pero al rato de llegar hemos conocido a otra parte de los invitados, hemos visto su comportamiento, o lo que se metían al cuerpo, y hemos pensado: ¿qué hago aquí con esta tropa? Esto es exactamente lo que ha sucedido en los últimos años con muchos votantes de Podemos, gente de izquierdas que cree en la democracia como sistema de convivencia entre personas que piensan distinto, y no como mecanismo de asalto al poder para luego perpetuarte en él.
Y esto es lo que, antes o después, le sucederá a una parte de los actuales simpatizantes de VOX cuando comprueben la pulsión autoritaria e iliberal de algunos compañeros de viaje, justo los que hoy defienden a Putin desde su eurofobia. Tendrán que bajar de ese tren porque la experiencia histórica demuestra que en los partidos radicales siempre se imponen los más brutos.