Dice El País en su editorial sobre la caída de la ley de Amnistía que Junts fuerza los límites en su propio beneficio. Por más que se cambie el relato, el beneficio, tanto de Puigdemont para regresar indemne a España como de Sánchez para ser investido presidente, son la razón que sobrevuela en este debate donde va a ser difícil convencer a los españoles de lo contrario. Aquí todos juegan a su propio beneficio, con líneas rojas o sin ellas.
Ahora se habla de mentir y de deslealtad, intentando hacer caer la responsabilidad de la falsedad en el lado contrario, pero lo cierto es que el monopolio del fraude y la rectificación constante lo tiene acreditado la otra parte desde mucho tiempo antes del origen de este conflicto. De paso, en el Congreso, la representación del poder legislativo, se ha permitido a sus señorías levantar la sospecha de la intervención perversa y prevaricadora del poder judicial, justo cuando el ministro de Justicia dice que está a punto de perder el vuelo a Bruselas para reunirse, con Reynders y González Pons, para resolver los asuntos de la renovación del CGPJ. Con las constantes acusaciones de lawfare y de la intencionalidad política del comportamiento de los jueces va a ser difícil convencer a Europa de nuestra salud democrática en el sentido que la concibiera Montesquieu.
Ayer no fue un día bueno para el Gobierno, por eso el presidente, que no sabe disimular sus estados de ánimo, salvo cuando se ríe de los demás, salió del hemiciclo con el gesto descompuesto. En política hay que saber poner buena cara al mal tiempo, porque lo gestual se contagia, las imágenes valen más que mil palabras y se puede sembrar una mayor sensación de inestabilidad de la que padecemos. Ya se sabía lo que iba a ocurrir. No es verdad que fuera una sorpresa de última hora urdida por los malvados independentistas. Si no, no se explica que el Gobierno huyera en desbandada para perderse el aplauso final con el beso de Yolanda incluido.
Ahora se trata de dar marcha atrás, de reconstruir las líneas rojas cuyos límites han sido traspasados las veces que se ha hecho necesario. En 2016, el Comité Federal del PSOE destituyó a Pedro Sánchez de la Secretaría General por la sospecha de que iba a hacer lo que ha acabado haciendo. Quizá la política en España no ofrezca otras alternativas, pero lo cierto es que eso provoca un desencanto creciente en la mayoría de los españoles.
El editorial de El País puede decir misa. Ya no es creíble. Todos sabemos que ha perdido su independencia aunque algunos columnistas salgan a defenderlo ante las declaraciones de Fernando Savater. Savater dice la verdad, pero las deudas del grupo Prisa son las que son y alguien lo tiene trincado por salva sea la parte. Ante esta situación, se habla del baluarte que salvará a Europa de la extrema derecha antieuropeísta, pero esto no es suficiente para convencer a la gente. Ni siquiera el argumento de la normalización sirve para nada porque los ciudadanos, a pesar de lo que digan los periódicos, saben a beneficio de qué causa se hacen todos estos despropósitos.