Es común escuchar que los medios de protección establecidos en este tiempo de desescalada que incluyen la mascarilla, la distancia física, el hidrogel, etc. es denominada genéricamente como distancia social. Chirría un poco la expresión sin entrar en reflexiones de mayor profundidad. ¿Por qué llamar distancia social si lo que queremos decir es distancia física? No creo que exista un crecimiento de las distancias sociales toda vez que, no sólo a través de los medios técnicos, sino de la solidaridad concreta, este tiempo nos ha servido para tener una cercanía social mayor. Tal vez sea inversamente proporcional el distanciamiento físico obligado por la pandemia que padecemos, con la cercanía social que se ha generado en la que se escucha con mucha y acertada frecuencia los esfuerzos por superar las brechas, sean estas salarial, residencia, escolar o sanitaria. No queremos que haya brechas sociales y hablamos de distanciamiento social. Una expresión inadecuada.
Precisamente lo que hace que a un grupo de personas se las denomine sociedad nos es que habiten juntas, bajo el mismo techo o vivan abrazadas físicamente, sino que tengan consciencia de dependencia mutua, de interrelación común y, sobre todo, de solidaridad en la estructura organizativa de su comunidad. Es la cercanía social la que nos define como sociedad y no solo como grupo. No se nos puede invitar a dejar de ser sociedad, aunque se nos invite a cuidarnos mutuamente con cierto nivel de distancia física.
El momento presente es deudor mucho más de la creación de puentes que de la creación de muros. Los muros separan y aíslan, señalan y segregan, rompen y distancian; pero los creadores de puente saben que habitan en orillas diferentes, mero no abandonan la experiencia de encontrarse en las miradas, en las señales de necesidad y en las expresiones de alegría. Un puente es un recurso social. Un muro puede ser un recurso individual y, si no lo es, puede serlo.
Que no nos cambie el corazón el uso del lenguaje. Que no nos roben la alteridad y la mutua ayuda. Garanticemos la seguridad del otro aislando nuestro rostro con una mascarilla, pero estemos, si cabe, más pendiente de los demás, de lo que son y lo que pueden ser. No pasemos de largo ante el otro por una insolidaridad disfrazada de distancia social. Porque solo somos nosotros en el encuentro con los otros. Y un encuentro está siempre mediado, puenteado por mediaciones que son puentes de comunicación y contacto. No necesitamos un abrazo para reconocer y felicitar el éxito de otra persona. No necesitamos el contacto para que otra persona sepa que la queremos. Porque a pesar de la distancia física existe la mística de una cercanía social que nos hace comunión.
Dicen que cuando alguien quiere encontrarse a sí mismo ha de bucear en el jardín que habita tras el balcón de los ojos del otro. Allí estoy yo. Por eso nos duele tanto sentirnos privados de la mirada de una persona que gira su cara para manifestar que no le importamos. El silencio puede herir más que las palabras; la distancia social, más que la agresión física.
Solo distancia física, por favor.