¡Niño, eso no se hace de esa manera! ¡Niña, la falda debe ir por debajo de la rodilla! Frases que hemos oído toda la vida, pero que por más que busques el fundamento para tan contundentes afirmaciones, no encuentras donde está escrito. En esta ocasión, traigo a colación muchas cosas que se hacen, pero que no son normas escritas, sino producto de la imaginación -en algunos casos torticera- de alguien que consideraba que lo que decía era lo correcto, y además tenía el don de la convicción. Si no, no se entendería, que muchas de esas aseveraciones, hayan permanecido casi inalterables en el tiempo y que sea mucha la gente que las cumple. Bien por convicción, bien por temor al qué dirán, las cumplimos.
Una sociedad, normalmente, desarrolla sus niveles de interacción entre las personas, basándose en normas que se van ajustando a las propias necesidades de convivencia. Los niveles de ruidos son medidos de forma objetiva con unos aparatitos que indican la señal acústica e informa si se cumple o no con lo establecido por las normas del municipio. El infringirlas, puede conllevar algún tipo de sanción. Lo mismo ocurre si le coges al vecino algo que guarda en su propiedad, sin su permiso. Normas, Leyes, Reglamentos, etcétera, constituyen los pilares para que, en una población, la gente conviva en paz y tranquilidad.
En España, como en cualquier otro país, existe una gran norma que marca la pauta para el conjunto de normas que se subordinan a ella. Se trata de la Constitución que el pueblo español se dio en el año 1978. En cada uno de sus capítulos se deja claro lo que, en líneas generales, se ha de contemplar para tener la fiesta en Paz. Para modificarla hay unos requisitos tan engorrosos que hacen, que dicho proceso, se piense muy mucho antes de ponerlo en marcha.
La mayoría de países tienen su propia constitución -llámenla como la llamen, pero con el mismo fundamento-, aunque en algunos de ellos, la consideran papel mojado, o por lo menos, algo permeable y en algún caso deciden modificarla por la vía de los hechos consumados o “por mis na-ri-ces”. Pero eso lo dejo para cuando prepare un monográfico que trate el tema de los políticos-emperadores; que haberlos, haylos.
En este caso, trato de exponer otro tipo de normas que no están precisamente plasmadas en ningún documento oficial, pero que su cumplimiento está metido en el mismísimo tuétano. Para hacerme entender mejor, iré pasando al meollo de la cuestión sin más rodeos.
Me visto para ir a un encuentro con los amigos y tras ponerme pantalones, camisa y tal vez alguna corbata -depende del evento- cojo unos comodísimos calcetines blancos, de esos que no tienen costuras y que son abrigaditos y me los pongo. Noto una mirada fija que traspasa la camisa, mi cuerpo y lo que fuera que estuviera entre mi pareja y la prenda que me acabo de calzar. --¿Te vas a poner esos calcetines blancos? --¿Vas a hacer deporte? –Si. No, El contestar con monosílabos pudiera ser una solución, pero créanme que no es la más acertada. Muy al contrario, es la llave para un gran debate sobre lo correcto de usar calcetines blancos con zapatos de vestir negros. No vale el que argumentes su comodidad, el que digas que son abrigaditos y que donde vas, hace “pelete”. No vale nada, pues el veredicto ya está decidido y la sentencia no deja resquicio para un contra-debate y mucho menos para un recurso: ¡eso no pega y así no puedes salir de casa! –Pero, ¿dónde está escrito que no pegue? –No está escrito en ningún lado; se sabe que no pega y punto. Lo curioso del caso, es que en los momentos en los que vivo, he comenzado a ver a mucha gente joven, con el mismo atuendo y no ha pasado nada. Bueno, algo sí que ha pasado: a mí me choca ver esa combinación de calcetines blanco de caña alta, con zapatones negros. ¡Lo que son las cosas! Cuando ya estaba convencido de lo que se me ha repetido hasta la saciedad, van y reescriben lo que nunca se escribió.
Por otro lado, hay normas que no estando escritas, sí que tienen su vigencia y sobre todo, su sentido. Hablo, por ejemplo, de esa que nos invita a respetar los buenos modales a la hora de sentarse a comer -cuando se hace acompañado de otras personas, recobra más importancia-. Dentro de esos buenos modales, hay uno que sobresale de los demás y es el acto de comer con la boca abierta. ¡Qué asco! –No hay más preguntas, señoría (que dría un buen amigo desde la época escolapia). Hay quien come así, sin darse cuenta que lo hace y tal vez sea por no haber sabido conjugar como es debido los verbos respirar y comer; pero lo lastimoso es que nos da vergüenza a los demás comentar su mala ubicación en la mesa; pues, lo suyo, es que comiera de espaldas a la misma. Y, no es porque esté escrito en ningún manual de urbanismo, sino por evitar el momento “arcada” en los demás.
¿Qué me dicen de esa costumbre que se observa con frecuencia de tratar de imponer la razón a base de no dejar hablar a los demás? Reconozco que en muchos casos me dejo llevar por la vehemencia a la hora de defender una postura que considero acertada y no caigo en que todo, o casi todo, tiene dos puntos de vista a la hora de valorarse. Pido mil disculpas, pues es verdad que cuando se cae en este error, no es por haberlo aprendido en ningún libro, sino, más bien, por no haber leído la página donde dicha norma venía anotada. También es cierto que el dar el “debate” por cerrado de forma unilateral por la segunda parte contratante de la segunda parte, tiene su “aquél” y el dar por zanjado el tema de esa manera, puede llegar a encender aún más, si cabe, el debate que, seguro, a esas alturas ya habrá subido al nivel de discusión. Por mi parte me comprometo -sabiendo que me costará un ojo y la yema del otro- a poner algo de sentido común y acordarme de lo de las dos caras de la misma moneda. Confío en que, con quien debata, sepa aplicar igualmente, su propio sentido común y se busque el entendimiento, por el bien de las personas que suelen acompañar de forma pasiva -que no pensativa- cada una de las veces que ese tipo de situaciones se da.
¿Dónde está escrito que se tenga que respetar una cola para pagar en caja? El respeto de esa norma -para quien suele saltársela-, va a depender del tamaño de mano que tenga quien le precede. Respetar esa “cavidad metacarpiana” tiene mucho más peso que lo escrito en el mejor de los manuales. ¿Dónde está escrito que el pan mediocre y el de masa madre, tengan el mismo nivel publicitario para captar al cliente? ¿Dónde está escrito que hoy en día el pan deba ser un producto de gasolineras? ¿Dónde está escrito que la fruta haya que pelarla con cuchillo y tenedor? Eso no es que esté escrito en un manual oficial de obligado cumplimiento, pero “los finósticos” de la alta sociedad, así lo hacen. Tal vez sea, esa la razón, por la que muestren esos caretos como si olieran a estiércol, muchas de las veces. ¡Mucha de la fruta sabe mejor con cáscara y a mordidas! ¿Verdad, Eva/Adán? ¡Nada escrito, pero así es!