A mediados del mes que hemos dejado correr, se llevó a cabo el solemne acto cívico-castrense que todos conocemos como día de La Hispanidad. Muchos otros se centran en el día del Pilar, por celebrarse en ese día doce, la festividad de la Virgen que lleva ese nombre. También se festejó el día del cuerpo policial de la Benemérita. En definitiva por una razón o por otra, la agenda del día estaba cargada de actos muy importantes de representación.
He de reconocer que sin ser militar, ni venir de familia de militares, me suelen enganchar los desfiles de nuestros ejércitos y la música que emana de sus bandas. Tal vez sea la marcialidad con la que son interpretadas las piezas que salen de sus variados instrumentos; tal vez sea el acompañamiento perfectamente sincronizado que los militares hacen con sus desfiles. Sea lo que sea, me llama tan poderosamente la curiosidad, que hace que me siente ante el televisor para verlo y, reconozco que disfruto con lo que veo.
El día de la Hispanidad, es una fecha del calendario en el que se reconoce el momento en el que Cristóbal Colón piso tierra más allá del mundo conocido. Y, lo hizo, en lo que posteriormente se vendría a conocer como América. Esa unión entre lo conocido y lo, hasta ese momento, desconocido, marca un antes y un después que, cada doce de octubre, se celebra con toda la solemnidad que desde los departamentos de protocolo son capaces; aunque tal reconocimiento de Fiesta Nacional, no se produjo hasta el año 1918. En esta última ocasión, se contó, además, con la familia Real al completo, pues la futura heredera de la corona como su hermana, se unieron a quienes llevan la responsabilidad actual de representar la Institución más alta del Estado.
Hasta aquí, lo más destacable dentro de lo que realmente se valora como positivo. Pero en este día también existen otros momentos que si bien no son de agradecer, sí que comienzan a ser aceptados como propios de tal celebración. Me refiero a ese otro concierto de viento y voces no blancas, que se produce el comienzo y al finalizar la parada militar. El presidente del actual Gobierno, ya no sabe el momento exacto en el que debe aparecer ni por donde hacerlo, para que sus pasos no sean acompañados por silbidos, y frases invitándole a que deje su puesto. Por mucho que él mismo ha dejado claro en sus intervenciones públicas, que se irá cuando toque y que, por el momento, lo que le pide el cuerpo -él dice que quien le anima es una gran mayoría del pueblo y afiliados a su partido- es seguir y seguir, aunque sea cantando aquello de: “y rodar, rodar, rodar…”. Y, yo me digo: si el hombre oye esas voces, ¿quién soy yo para desmentirlo? Pero tocando el tema de este artículo, sí que le recomendaría que viera el acto por televisión. Seguramente lo que le pida el cuerpo y sus aplaudidores con la Ministra a la cabeza, es que lo que tendría que hacer es celebrar dicho acto a puerta cerrada. ¿Se imaginan? Así sí dejaríamos de escuchar los abucheos y su acompañamiento de música de viento.
Esos momentos son algunos de los que empañan el resto de los actos y aunque pudiera defenderse como legítimo el que un grupo de personas aprovechen el momento para manifestar su malestar con quien les dirige, yo creo que lo que consiguen es que esa parte de la prensa nacional e internacional con cierto tufillo cercano al amarillismo, le conceda a la noticia rango de “titular”. Eso señores manifestantes ensombrece bastante un acto que debería ser de exaltación a todo lo que significa ser español. Recordemos que quienes desfilan, a quienes se homenajea, quienes se muestran solemnes en las zonas de palco y ante quienes se alza una bandera gigantesca, son nacionales que solo pretenden que el acto que se representa sirva de recuerdo a todo lo hispano. ¡Que no es poco!
Precisamente, y recordando esa gran representación, echo en falta la presencia de las banderas de todos aquellos países que se fueron formando tras el acontecimiento de 1492. Toda la américa latina y algunos estados de la América del Norte donde lo hispano sigue vigente, debería tener su presencia en dicho desfile. Seguramente ya considerarán que es así pues, desde que se profesionalizaron nuestros ejércitos, la presencia de sudamericanos y centroamericanos es una realidad que en su momento resaltó el Ministro de defensa, el Señor Trillo; para quien “tanto montaba, montaba tanto, El Salvador como Honduras”. Soy de los que pienso que no sólo debería bastar con esa presencia, sino con la de sus más altos representantes y con sus banderas. Claro está que para llegar a ese nivel se debería contar con el beneplácito de quienes dirigen aquellos países. Desde el gobierno de España -lo lidere quien lo lidere-, estaría bien que se luchara por alcanzar ese objetivo.
Este año, pude observar que junto a los militares, también desfilaron representantes de distintos organismos que si bien no pertenecen a las fuerzas armadas, han estado junto a ellas en los momentos más tristes y catastróficos que se ha sufrido en suelo patrio. Han desfilado por derecho propio y el público que hemos servido de testigo, hemos dado por buena la gestión realizada para que así fuera.
Coordinar a tantísima gente para que todo saliera tan bien como pudimos ver en la televisión o en vivo quienes tuvieron esa gran oportunidad, seguramente no sea nada fácil. Y lo digo con conocimiento de causa como persona que en algún momento ha tenido que hacer encaje de bolillos para que distintos grupos de personas coincidieran en un mismo acto. En el desfile de la fiesta Nacional, cualquier cosa que uno haya podido organizar, se magnifica y multiplica por valores increíbles. Aun así, me reafirmo en que el esfuerzo de ver a representantes de todos los países que pudieran formar parte de esa “hispanidad” desfilando en un mismo acto, debería ser un objetivo a tener en cuenta. Al fin y al cabo, lo hispano ha formado parte de un nexo común. Habrán detractores, pero seguramente, una gran mayoría, aplaudiríamos verlos juntos.
Los actos que se celebran en la fiesta de la Hispanidad, no concluyen con el magnífico desfile del que fuimos testigos. Parece que la cosa continuó con un agasajo en el recinto del Palacio Real. Hasta allí no llegaron los sones de esa música ventosa que acompaña a quienes forman parte del gobierno actual, pero así y todo, hay quien piensa que esas acciones ya van implícitas a la presencia de quienes, algunos, consideran no deberían estar en la tribuna de autoridades. Yo, aun arriesgándome a sentir el mismo aire de la música emitida por bocas musicales, creo que su presencia es obligatoria y soportar la crítica que se manifiesta en ese día, va implícita en el cargo. De igual manera opino que dichas manifestaciones contrarias, deberían llevarse a cabo, en otros momentos que no distorsionen un acto tan emblemático.
El Día de la Hispanidad solo debería ser un acto de reconocimiento de todo lo que implica ser hispano. ¡Solo eso!