La inmensa mayoría de los ciudadanos percibimos que los políticos, en su generalidad, no buscan servir al bien común, que es su función innata, sino asegurarse un sueldo fijo y cómodo a final de mes, además de los beneficios aparejados al cargo correspondiente. Lo que debería ser un compromiso con la sociedad, se ha convertido en una carrera profesional con privilegios, sueldos elevados y escaso control de resultados, si los hay.
El acceso a cargos públicos se ve, en demasiados casos, como una forma rápida de obtener estabilidad económica, por lo menos durante cuatro años. Prometen mucho en campaña, pero una vez en el cargo, las prioridades cambian: lo importante es mantenerse en el poder, no cumplir. Esta actitud genera desconfianza, desilusión y desapego ciudadano.
La política debería estar al servicio de la gente, no del bolsillo de quienes la ejercen. Hace falta una regeneración ética y una reforma que vincule sueldo y responsabilidad. Servir, no lucrarse, debe ser el principio fundamental.